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Fuera caretas. La alianza pública de la tecnocasta se ha convertido en la mayor amenaza global para los derechos humanos y las libertades democráticas.
Hasta hace poco tiempo, los grandes poderes económicos velaban por sus privilegios influyendo sobre los poderes políticos, en regímenes democráticos o autoritarios. Así procuraban imponer sus recetas de desregulación en los mercados, de reducción de impuestos y de recortes en el gasto público.
Los objetivos no han cambiado. Los megaricos quieren lo mismo de siempre: ser aún más ricos. Y para ello innovan estrategias, discursos y herramientas
Ahora, algunos de estos personajes y corporaciones megaricas han decidido prescindir de intermediarios y hacerse directamente con el poder político. Las recetas son las mismas, pero han resuelto que las democracias conllevan demasiadas limitaciones y controles para sus planes. Mejor hacer cambios. Mejor el autoritarismo.
Que nadie se equivoque. Los objetivos no han cambiado. Los megaricos quieren lo mismo de siempre: ser aún más ricos. Y para ello innovan estrategias, discursos y herramientas.
Las nuevas estrategias pasan por una alianza con el populismo y la alternativa ultraderechista. Financiando el populismo generan caos, desafección y anti-política. Financiando a los ultras abren la puertas al poder político directo.
Sus discursos son solo aparentemente nuevos. Llaman libertad a la ley del más fuerte, que es la ley más vieja del mundo. Alimentan los instintos más bajos y ancestrales del miedo al diferente, del odio al foráneo. Instigan a los hombres a mantener los privilegios patriarcales de siempre contra la revolución feminista. Niegan la ciencia en nombre de argumentos medievales, como el dogma religioso, la tradición, el “instinto natural” o lo que llaman el “sentido común”.
Han convertido internet, las redes sociales y determinados pseudo-medios en territorios salvajes, donde siembran bulos y organizan campañas de promoción propia y de destrucción de adversarios
Algunas de sus herramientas sí son nuevas y de gran eficacia, sobre todo en los entornos digitales. Han convertido internet, las redes sociales y determinados pseudo-medios en territorios salvajes, donde siembran bulos y organizan campañas de promoción propia y de destrucción de adversarios. Usan y abusan de las acciones judiciales para acrecentar la anti-política e intimidar a sus oponentes.
Son un enemigo formidable para la democracia y para los derechos humanos. A escala global. Aquí también. Hay quienes comparan esta amenaza con aquella otra que cambió el mundo en los años treinta del siglo pasado. Y hay que defenderse.
Primero denunciando, sus hechos y sus intenciones. Después, haciendo uso de las instituciones democráticas para proteger la democracia. Los procesos de decisión democrática deben quedar a salvo de los ataques e intromisiones de megaricos y tecnocastas.
Los entornos digitales son un bien público que es preciso regular y ordenar, para garantizar los mismos derechos y las mismas libertades que se garantizan en los demás entornos. No debe haber impunidad para engañar, estafar, injuriar, calumniar o desfalcar en internet, como no existe en el mundo físico.
Y hay que promover los valores propios de la convivencia democrática frente a las verborreas de la motosierra y el terraplanismo que la destruyen. Con determinación y valentía.