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Son malos tiempos para el sindicalismo de clase. En la actualidad el sindicalismo se encuentra solo y aislado en su defensa de los derechos integrales de una clase trabajadora más compleja y diversa. Esto último es una novedad, pero no es un problema sino un reto para el sindicalismo que trata de adaptarse a esta nueva situación del post-fordismo, porque hay un elemento que no varía que es la explotación que se efectúa sobre la clase trabajadora en beneficio de la clase empresarial.
La novedad es que en la situación presente el sindicalismo no se ve acompañado en su lucha social por los denominados partidos de izquierda. La izquierda clásica socialista o comunista tenía fuertes vínculos con el sindicalismo. Esto salvo raras excepciones ya no se da. Los partidos de izquierda están más interesados en proponer relatos políticos más tácticos que estratégicos, en lugar de intentar solventar de forma prioritaria los graves problemas de esa clase trabajadora diversa y a veces contradictoria. Por su parte los nuevos movimientos de la izquierda alternativa se centran mucho más en cuestiones de identidades diversas que en la problemática social y económica de las clases trabajadoras subalternas.
El contexto ha cambiado y se ha hecho más difícil la práctica del sindicalismo. Existen hoy múltiples factores que determinan que el conjunto de la clase trabajadora no sea consciente de su situación, lo que dificulta su toma de conciencia social que es la que permite la transformación de una “clase en sí”, en una “clase para sí”, que diría el clásico.
En la situación presente el sindicalismo no se ve acompañado en su lucha social por los denominados partidos de izquierda
Antes, todo era más sencillo cuando los trabajadores ejercían su trabajo en grandes naves industriales, donde todos efectuaban trabajos similares, la única diferencia estaba entre los trabajadores de “mono azul” y los de “cuello blanco” u oficinistas. Asimismo, no era infrecuente que las personas trabajadoras, fundamentalmente masculinas vivieran en los mismos barrios o similares con condiciones de vida parecidas para todos. Todo ello eran factores favorecedores, junto con el activismo político o sindical, para crear las condiciones para la toma de “consciencia de clase” es decir de pertenencia al colectivo obrero o trabajador.
En la actualidad todo es diferente, la mayor parte de las grandes factorías han desaparecido y las industrias centrales se nutren normalmente de múltiples empresas auxiliares que les aportan numerosos elementos del producto final que puede realizarse en la empresa principal, todo ello al margen de nuevos trabajos de tanta o mayor importancia que el producto como puede ser el marketing o la publicidad, para la venta del producto a los futuros s, y que cada vez tienen más importancia. El desarrollo social y la revolución tecnológica ha cambiado de forma sustancial la situación del mundo del trabajo.
Es evidente que el papel del sindicalismo es hoy mucho más complejo y complicado, junto a la diversidad de trabajos y la creación de nuevos puestos de trabajo que en muchas ocasiones individualizan el trabajo. No hay duda de que las concepciones ideológicas han cambiado. Al cambio del modelo de trabajo y su mayor complejidad se acompaña el papel cada vez más sofisticado de las ideologías dominantes que permiten y fomentan la constante división dentro de la clase trabajadora.
El desarrollo social y la revolución tecnológica ha cambiado de forma sustancial la situación del mundo del trabajo
A nivel comunicativo se hablan constantemente de clases medias y de la individualización del trabajo y la retribución individualizada. También de forma constante las derechas tratan de confrontar a sectores de la clase trabajadora con otros sectores. Así hemos visto cómo se pretende enfrentar a los actuales trabajadores con los pensionistas; a los trabajadores no fijos con los fijos; los nacionales con los inmigrantes, etc. Asimismo, se han incrementado, especialmente con la incorporación de la mujer al trabajo, diversas formas de trabajo en muchos casos en el sector servicios con centros de trabajo cuasi individuales o con un mínimo de personal. La potenciación de los denominados “autónomos”, en una gran parte falsos autónomos, permite la individualización de los trabajadores.
El cambio en el modelo de trabajo, fruto de la digitalización y la modernización tecnológica y la internacionalización económica, no hay duda de que han provocado cambios radicales en el mundo del trabajo.
Y los sindicatos de clase, en muchos casos, están haciendo esfuerzos ingentes para adaptarse a esa nueva situación, modificando estructuras y cambiando modelos de acción sindical. En estos momentos hay sindicatos que no sólo plantean su trabajo de reivindicación laboral y social, sino que plantean alternativas de todo tipo, desde las problemáticas puramente laborales y de negociación colectiva hasta alternativas y propuestas sobre el sistema de cobertura social, del desempleo, de las pensiones, hasta propuestas sobre salud pública, educación o alternativas al problema de la vivienda.
Es en este sentido de adaptación a las nuevas realidades laborales y a todos los aspectos relacionados con la realidad de esa clase trabajadora diversa, que hoy algunos sindicatos, al contrario de la actuación de los partidos políticos llamados de la izquierda, se han convertido en los únicos “intelectuales orgánicos” de la clase trabajadora que desde luego no pueden substituir al concepto gramsciano del “intelectual orgánico colectivo político de la clase trabajadora” que debería ser un partido político, pero que actualmente y desgraciadamente no existe.
El sindicalismo en nuestro país tiene claros ejemplos de intentos de adaptar la práctica sindical a la complejidad diversa del mundo del trabajo
A la vez se da un problema que el sindicalismo de un país no puede solventar lo que es clave, la necesidad de abordar que las alternativas para defender a las clases trabajadoras no pueden darse si no tienen una dimensión internacional, como mínimo en nuestro caso a escala europea. Y este es un “hándicap” que hasta el momento parece difícil de cumplir en cuanto las organizaciones sindicales internacionales, incluso las que lo son únicamente a escala europea como la CES (Confederación Europea de Sindicatos) no tiene ni los medios, ni la capacidad de analizar y plantear alternativas, ni de disciplinar al conjunto no homogéneo del sindicalismo europeo.
Aun así, el sindicalismo en nuestro país, como hemos dicho, tiene claros ejemplos de intentos de adaptar la práctica sindical a la complejidad diversa del mundo del trabajo, por ello hace tiempo ya titulé un artículo CCOO “intelectual colectivo” de la izquierda. Concepto en el cual me ratifico en todos sus puntos a la vista de la incapacidad desde la política, con alguna merecida excepción personal, de plantearse reivindicaciones básicas de esta clase trabajadora diversa como es la “participación de los trabajadores en las empresas”. Es preciso después de más de 40 años de democracia en nuestro país acabar con lo que con razón decía Marcelino Camacho: “la democracia se queda a la entrada de las empresas”.