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jueves. 29.05.2025
TRIBUNA DE OPINIÓN

La amnesia selectiva de la derecha

(O la facilidad con que el PP olvida sus corrupciones).

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Sede nacional del PP.

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La derecha española ha redescubierto la ética pública. Lo ha hecho con una pasión casi mística, como quien encuentra una vieja reliquia bajo la alfombra. Hoy, sus portavoces se proclaman guardianes de la transparencia, se indignan en sede parlamentaria con el ceño fruncido y el dedo en alto, exigen dimisiones inmediatas, purgas políticas y juicios mediáticos ante cada sospecha —real, inflada o inventada— que roce al Gobierno de coalición o al PSOE.

Es curioso, porque esta indignación repentina parece haberse activado tras un profundo ejercicio de amnesia colectiva. Una amnesia muy concreta: la que borra de la memoria todo lo relacionado con Luis Bárcenas, los sobres en B, la sede de Génova reformada con dinero negro, o los nombres propios de la trama Gürtel, ese catálogo de corrupción estructural que convirtió al Partido Popular en el primer partido condenado por corrupción en democracia.

Para quien necesite refrescar la memoria: el PP no solo protagonizó uno de los mayores escándalos de financiación ilegal en Europa. Fue condenado en 2018 por beneficiarse “de un sistema de corrupción institucional” en el llamado caso Gürtel. El mismísimo Mariano Rajoy fue señalado por el tribunal por su “falta de credibilidad”. La sentencia fue el golpe definitivo que motivó la moción de censura que lo sacó de Moncloa. Desde entonces, Génova intenta pasar página como si aquello hubiera sido una serie de Netflix que ya no está en el catálogo.

Bárcenas, el extesorero, fue condenado por repartir sobresueldos en efectivo a la cúpula del partido, incluyendo —según su propio testimonio y documentos— al expresidente del Gobierno. Rodrigo Rato, icono del milagro económico español, acabó en prisión por las tarjetas black y por fraude fiscal. Francisco Correa, Pablo Crespo, Álvaro Pérez “El Bigotes”… nombres que hoy se pronuncian poco, pero que ocuparon portadas durante años. Y no olvidemos la boda de Ana Aznar, en 2002, en El Escorial: aquella fastuosa celebración que bien podría haber sido una reunión de planificación de la Gürtel, con más futuros imputados por metro cuadrado que en ninguna otra fiesta de la historia reciente.

Hoy el PP se presenta como un partido regenerado, dispuesto a dar lecciones de integridad democrática

Y, sin embargo, la derecha ha conseguido, con irable disciplina narrativa, construir un relato en el que todo aquello fue un episodio menor, cosas del pasado, casos “aislados”. Hoy, el PP se presenta como un partido regenerado, dispuesto a dar lecciones de integridad democrática… mientras gobierna en comunidades y ayuntamientos gracias a pactos con Vox, un partido abiertamente reaccionario, que niega la violencia de género, cuestiona la memoria democrática y desprecia los derechos civiles más básicos.

Lo llamativo no es solo la hipocresía: es la normalización. Mientras Ayuso blanquea a la extrema derecha en Madrid y Feijóo calcula qué parte de su electorado puede tolerar una coalición sin rubor, el PP ha asumido que su camino al poder pasa por la alianza con quienes desprecian la misma Constitución que dicen defender. Porque, eso sí, todo se hace “por España”.

Y cuando algún caso toca a la izquierda —como los contratos de emergencia durante la pandemia o las presuntas irregularidades de algún familiar del presidente—, el Partido Popular saca el megáfono. De pronto, quienes pasaron años saqueando lo público con redes clientelares se transforman en cruzados de la transparencia, sin un atisbo de autocrítica. La corrupción de los otros es estructural. La suya, cuando existió, fue un malentendido.

No. Algunos no olvidamos. No olvidamos las cajas B, las mordidas, las comisiones, ni los sobresueldos

Pero la memoria democrática no puede construirse sobre ese tipo de trampas. No se trata de relativizar ni de empatar: todo caso de corrupción debe investigarse, caiga quien caiga. Pero no se puede permitir que quienes protagonizaron los escándalos más graves de la historia reciente se presenten hoy como adalides de la regeneración, mientras borran su pasado y pactan con quienes sueñan con desmontar la democracia desde dentro.

No. Algunos no olvidamos. No olvidamos las cajas B, las mordidas, las comisiones, ni los sobresueldos. No olvidamos los «Luis, sé fuerte», ni las grabaciones, ni la arrogancia con la que se creían impunes. Y no olvidemos que, en esta democracia, no basta con que pase el tiempo para que se borre la historia. Porque si permitimos que quienes convirtieron la corrupción en sistema se conviertan ahora en jueces morales, entonces lo siguiente que olvidaremos será la verdad.

La amnesia selectiva de la derecha