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domingo. 25.05.2025
TRIBUNA DE OPINIÓN

No es el descontento: han votado a Hitler

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En enero de 1933 Hitler es investido Canciller por decisión del presidente Hindenburg. Ni el partido conservador ni los socialdemócratas tenían suficientes escaños para formar gobierno, tras unos meses de espera Hitler se haría con la Cancillería con el apoyo de los conservadores, que esperaban poder manipular al impetuoso criminal. La debilidad de la República de Weimar, que no obstante había posibilitado la recuperación económica de Alemania, los pagos de la deuda de guerra acordados en Versalles y la crisis provocada por el hundimiento de la Bolsa neoyorquina crearon el clima propicio para que un hombre inteligente, con grandes dotes oratorias pero absolutamente obnubilado, llegase al poder con un programa estrictamente basado en el antisemitismo, el anticomunismo y un nacionalismo extremo que ponía a la nación por encima de los individuos y del resto de las naciones del mundo. Alemania, lo único importante. La gran industria apoyó al genocida y no dejó de hacerlo hasta que vieron que la guerra estaba perdida: Veían en el proyecto nazi una gran oportunidad para aumentar sus ganancias, en la guerra, un sueño esperado. No fueron tres ni cuatro los alemanes que apoyaron a Hitler y su pandilla de asesinos, alrededor de la mitad de los ciudadanos de aquel país le dieron su confianza y creyeron en la grandeza prometida. Luego pagaríamos todos las consecuencias, especialmente el pueblo ruso que perdió más de veinte millones de combatientes, los judíos, los comunistas y los pertenecientes a minorías étnicas o sexuales. España, aliada de Hitler, fue condenada a sufrir una dictadura de cuarenta años.

La dictadura de los nuevos ricos, de los grandes capitalistas globales de las nuevas tecnologías, no sólo nos llevarán a una guerra de consecuencias incalculables, sino que con toda seguridad acabarán con la vida civilizada

Hace unos días los norteamericanos dieron su confianza mayoritaria a Donald Trump, un hombre sin principios, un patán supino, un delincuente convicto y un personaje sin ningún tipo de escrúpulos. Su programa electoral se basa en unas cuantas promesas: Sólo Norteamérica importa, sustituir al Estado por una oligocracia de multimillonarios, la expulsión de quince millones de migrantes sin papeles, sin piedad con el delito y la liquidación del raquítico sistema de protección social yanqui, más parecido al de la nación más pobre del mundo que al de la más rica. Al igual que Hitler, al que Trump ira sin ocultarlo como quedó demostrado cuando dijo que quería generales como los que tenía el cabrón alemán, el nuevo presidente de los Estados Unidos cuenta con el apoyo incondicional de las grandes empresas tecnológicas, que son el nuevo estado fascista, unas empresas que escapan a cualquier tipo de control, que tienen más información sobre todos nosotros que la mismísima CIA, que dominan las transacciones comerciales mundiales, la información de la que nos nutrimos y que en términos bursátiles superan al PIB de un país como España. Estamos, pues, al principio de una dictadura global encabezada por Trump y sus cuatreros psicópatas en la que valores humanos fundamentales como la solidaridad, la empatía, la redistribución de la riqueza, la fraternidad o la libertad carecen por completo de sentido. 

Como se ha dicho muchas veces, la historia no se repite, pero a menudo tiende a pasar, como las aguas torrenciales, por el mismo sitio por el que anduvo en el pasado. Sin embargo, hay algo muy significativo que ahora no sucede: Que enfrente no hay nadie. En los años treinta, la URSS, que había pactado con Hitler para ganar tiempo y poder armarse, se enfrentó a los nazis muy por encima de sus posibilidades, hasta destruir al ejército más poderoso del mundo. Reino Unido, tras los titubeos de Chamberlain, decidió declararle la guerra y Estados Unidos, cuando ya se intuía el fracaso alemán, envió a sus soldados para hacer el mayor negocio de la historia hasta entonces: Convertirse en la primera potencia económica y militar del mundo con Europa a sus pies y a sus órdenes. 

La gran industria apoyó al genocida y no dejó de hacerlo hasta que vieron que la guerra estaba perdida: Veían en el proyecto nazi una gran oportunidad para aumentar sus ganancias, en la guerra, un sueño esperado

Ahora, no existe esa opción, se están formando dos bloques mundiales, uno el asiático con conexiones en países africanos, cuya mayor potencialidad no es, aunque cuente mucho, su tecnología ni su industria, sino sus más de cinco mil millones de habitantes; el otro, el que encabezan Trump, Musk, Bezos y toda esa caterva de neodarwinistas dispuestos a borrar de la faz de la Tierra cualquier atisbo de Humanidad. De la mano de los grandes magnates de las empresas tecnológicas y con un ejército armado hasta los dientes, Estados Unidos se dispone, con el apoyo de los electores que han querido ejercer ese derecho -un poco más de la mitad- a convertir el mundo en un lugar inhabitable donde los valores que hemos considerado como paradigmáticos desde la Revolución sa, pasen directamente al desván de los sueños rotos. Estamos quizá, de nuevo, ante uno de los periodos más críticos de la reciente historia del mundo porque se ha entregado el poder a los más desaprensivos, porque bajo la escusa de las promesas incumplidas, de los malos políticos, el pueblo ha decidido elegir a los peores, a las alimañas, a los que no dudarán en aplicar las medidas más salvajes que imaginarse puedan con tal de conseguir sus objetivos: Acabar con cualquier tipo de disidencia, implantar un sistema en el que todos los poderes se concentren, como va a ocurrir en Estados Unidos desde enero de 2025, en un solo hombre cuyo único lema es que a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga, un hombre que por otra parte no es un empresario ejemplar, ni un rico descomunal, pero que ha conseguido atraer para su nuevo fascismo a los hombres más ricos del planeta.

Entre tanto, en Europa apenas se habla de otra cosa que de incrementar los presupuestos de Defensa y de bajar los impuestos, mientras sus ciudadanos han asumido el programa de Trump y llenan su mapa de gobiernos ultraderechistas que no creen en la Unión Europea y están abriendo campos de concentración para migrantes. La Europa que, pese a todos sus desmanes coloniales, fue la principal promotora de los grandes logros democráticos y sociales del siglo XX, se encoge de hombros, se llena de miedo y prefiere desaparecer, callar, ponerse de espaldas pese a tener en su pasado reciente la terrible experiencia de contemplar sus campos y ciudades destruidas, como se pisoteaban todos y cada uno de los derechos humanos más fundamentales y como morían millones de sus hijos.

Dicen que el pasado, que la historia no sirve a las nuevas generaciones una vez han muerto los abuelos y los padres que vivieron las experiencias más trágicas. Yo creo que es así, que cada generación exige su propio drama y lo busca con el ahínco propio de los trastornados, pero pese al desencanto, al descreimiento, creo que es hora de que quienes seguimos creyendo en los derechos humanos, en la democracia social, en la libertad de verdad, actuemos en todos los campos a nuestro alcance, denunciando a todos aquellos que como Trump quieren acabar con el mejor sistema político creado por el hombre, aunque, por supuesto, obligatoriamente perfectible. La dictadura de los nuevos ricos, de los grandes capitalistas globales de las nuevas tecnologías, no sólo nos llevarán a una guerra de consecuencias incalculables, sino que con toda seguridad acabarán con la vida civilizada.

No es el descontento: han votado a Hitler