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miércoles. 04.06.2025
LA BANALIDAD DEL MAL

Los Mitläufer consolidaron un régimen criminal, como el nazismo

Ser indiferente al sufrimiento ajeno nos deshumaniza. La indiferencia, después de todo, es más peligrosa que la ira y odio.
Miniature businessman on map of Europe. Color tone tuned

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He podido leer el artículo de Lola López Mondéjar, psicóloga clínica y escritora de ensayos y libros, Los hombres y mujeres huecos: la producción de la subjetividad en la modernidad tardía, en Revista del Centro Psicoanalítico de Madrid  nº 38, 2020, págs.  107-123. La autora ha ganado el último premio Anagrama de ensayo con el libro Sin relato, Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, donde aborda precisamente la creciente dificultad que observa en sus pacientes para elaborar un relato sobre sí mismos. En la era digital y de la imagen, la apariencia ha sustituido por completo el contenido. Aparentar lo que no somos cuando no se sabe quién se es. Personas huecas tras la máscara a merced del algoritmo (mercado). La imagen de los hombres huecos de los que habla López Mondéjar en su ensayo nos ayuda a comprender la reacción de buena parte de la clase política de nuestros días. Hombres incapaces de experimentar el dolor, la indignación, la desolación, la empatía, en definitiva, ni de conectar consigo mismos para sentir cómo les golpea la responsabilidad y la culpa. Porque solo puede orientarse hacia la reparación quién siente el verdadero golpe de la culpa. El narcisista no puede sentirla, solo siente vergüenza, como el rey desnudo de la fábula. Y entonces, cuando se cae el disfraz, se activa el “todo vale” para tratar de tapar lo que ya todos hemos visto. Desde borrar un tuit a escupir hacia arriba. Todo sirve para tapar sus vergüenzas. El hombre vacío, hueco, significa estar espiritual y moralmente vacío. Carece de valores, lo que hace que la vida carezca de sentido. «Almas perdidas y violentas» significa estar perdido, vacío. Podría ser el paradigma de este político hueco, Carlos Mazón. Como también Isabel Díaz Ayuso, Milei, Bolsonaro, Trump… Ejemplares de estos los encontramos hoy a tutiplén.

Una vez definido el concepto de oquedad de la subjetividad humana, quiero reflejar algunas ideas del artículo arriba citado de López Mondéjar.

En 1950, Hannah Arendt publicó Los orígenes del totalitarismo, una obra indispensable para entender el holocausto, el estalinismo y el ra­cismo. Posteriormente, en 1963, tras asistir como testigo al juicio de Eichmann, nos dejó un con­cepto que podemos emparentar con el de nuestros hombres y mujeres huecos: Experimento Mil­gram. Stanley Milgran, psicólogo de la Universidad de Yale, inspirado en el informe de la filósofa Hannah Arendt sobre el juicio al criminal de guerra alemán, Adolph Eichmann, en Jerusalén; se preguntó si sus afirmaciones sobre "la banalidad del mal", es decir, si  los actos malvados pueden proceder de personas comunes que siguen órdenes mientras hacen su trabajo, podrían demostrarse en el laboratorio. Para ello, realizó un experimento, comenzado en julio de 1961, tres meses después de que Adolf Eichmann fuera juzgado y sentenciado a muerte, en el que un grupo de voluntarios reclutados a través de un anuncio en el periódico, debían istrar descargas eléctricas a otra persona cada vez que esa persona respondiera incorrectamente a una pregunta. Las descargas eléctricas eran ficticias, y los sujetos que las recibían en realidad actores que fingían dolor y sufrimiento, sin embargo, Milgram trataba de explorar hasta qué punto la gente estaba dispuesta a obedecer a una autoridad, incluso si esta les pedía hacer algo que consideraban inmoral o perjudicial para otra persona, algo capaz de provocarle un gran dolor e incluso la muerte: los resultados fueron alarmantes. Así, a pesar de que muchos de los participantes mostraron signos de angustia e intenso dolor, la gran mayoría de voluntarios continuó istrando las descargas eléctricas hasta el final, incluso cuando el actor fingió perder el conocimiento. Contradiciendo las predicciones de todos los expertos que encuestó, Milgram descubrió que más de 65% de los sujetos istraron lo que sabían que podrían ser descargas letales a un extraño inocente.

En la misma línea, el psicólogo Philip Zimbardo trató de entender cómo es posible que en un corto periodo de tiempo pueden las personas transformarse hasta cometer actos inconcebibles. Para ello, llevó a cabo un experimento en la cárcel de Stanford a principios de los 70, con 24 alumnos de dicha universidad, que le sirvió para publicar el libro El efecto Lucifer. El porqué de la maldad. El estudio mostró lo fácil que resulta que una «buena persona» actúe con maldad o de manera inmoral dependiendo del entorno y las circunstancias, como la guerra o un encarcelamiento prolongado.

Y más recientemente, el mentalista Derren Brown ha dirigido un experimento que Netflix convirtió en documental, The push (2018), donde un equipo de actores dirigido por él a partir de un estudiado y minucioso guión, convencen a cuatro voluntarios previamente seleccionados de que maten a un hombre. Como lo oyen. Y lo hacen. Observen bien la elección de esos voluntarios, la presión que ejerce el grupo sobre ellos, la sumi­sión a la autoridad, la facilidad de manipulación cuando no existe enfrente un sujeto que la inte­rrogue. Contemplen la profunda oquedad de sus conciencias. En definitiva, la banalidad de mal de Hannah Arendt.

Los mitläufers son una masa de personas que, por su número y de manera más o menos pasiva, pueden consolidar un régimen criminal

Los amnesicos historia de una familia europea portada

López Mondéjar recurre a Geraldine Schwarz y a su libro Los amnésicos: Historia de una familia europea, con un espléndido epílogo de Álvarez Junco, titulado El peso de un pasado sucio. Geraldine nos dice que cuando terminó la II Guerra Mundial y los alia­dos comenzaron con mayor o menos celo a desna­zificar Alemania, fijaron cuatro grados de impli­cación en los crímenes nazis: los incriminados mayores, los incriminados y los incriminados menores, todos ellos sujetos a una investigación judicial. En cuarto lugar estaban los Mitläufer, los simpatizantes, término que describía a quienes se dejaron llevar por la corriente, aquellos que solo participaron nominalmente en el nacionalsocialis­mo, contentándose con pagar las cuotas y acudir a las reuniones obligatorias de partido. Los Mitläufler superaban con creces los más de ocho millones de afiliados al partido nacional socialista. Geraldine aborda el pasado traumático mediante una investigación sobre sus abuelos, ni fanáticos, ni criminales, buenas personas arrastradas por la corriente de la historia y cómplices también, es decir, Mitläufler. Uno de los momentos más dolorosos de Los amnésicos es la escena, breve y sobria, en la que cuenta el suicidio de su abuela alemana, la madre de su padre. Tuvieron un papel mínimo, pero, sí, representan la figura del Mitläufer. Mi abuelo, nos cuenta, lo fue por oportunismo. Se adhiere al partido no porque esté convencido, sino porque piensa que en este momento es lo más cómodo. Y con las leyes antijudías ve una oportunidad de hacer un negocio al comprar a bajo precio una empresa propiedad de un judío. Mi abuela es también Mitläuferin [femenino de Mitläufer] porque se ofusca, incluso, nos dice, que por una especie de lealtad completamente irracional hacia el Führer. La hace soñar, Geraldine explica que el Mitläufer es quien, por ofuscación, por indiferencia, por apatía, por conformismo o por oportunismo, se convierte en cómplice de prácticas e ideas criminales. Ha querido mostrar que lo que está en el origen de los peores crímenes de la humanidad es la indiferencia. Ella asegura que los verdaderos perseguidores, los verdugos, los monstruos en general son pocos. Y siempre nos interesamos por los monstruos, o por los héroes, o por las víctimas. Pero la mayoría de las personas no se identifican con ninguna de estas tres categorías, que solo conciernen a una minoría. Los mitläufers son una masa de personas que, por su número y de manera más o menos pasiva, pueden consolidar un régimen criminal.

Sobre este amplísimo grupo de personas que no siguieron bandera alguna, Geraldine advierte una interesante característica, que fue observada por los dirigentes de la zona soviéti­ca, la Alemania oriental que ocuparon tras la re­partición de Alemania entre las potencias vence­doras. Dice la autora: Los soviéticos dejaron a los Mitläufer en paz, aun­que solo fuera porque habían percibido en ellos la posibilidad de reciclarlos como buenos comunistas. Los soviéticos comprendieron muy bien el carác­ter moldeable, invertebrado, de estos hombres y mujeres que no participaron en ningún crimen, pero que tampoco hicieron nada por evitarlos.

Como nos cuenta Álvarez Junco en su epílogo del libro Los amnésicos, Geraldine establece también con nitidez que la responsabilidad no fue exclusiva de los alemanes. Recuerda la conferencia de julio de 1938 en Évian-les-Bains, sobre la posible recepción de judíos amenazados por Hitler, en la que las democracias occidentales escatimaron al máximo sus ofertas de hospitalidad (el lema de la istración canadiense fue «none is too many»). Y describe no solo la indiferencia ante las redadas de judíos sino incluso la complacencia y colaboración, por parte de ses, italianos, austríacos, húngaros, polacos, eslovacos, ucranianos o tantos otros (con notables excepciones, como Dinamarca o Bulgaria, donde las autoridades se negaron a entregar o facilitaron la fuga a sus nacionales judíos). Todos ellos, en 1945, una vez pasada la tormenta, coincidían en percibirse a sí mismos como meras víctimas de los nazis.

No obstante, también hubo alemanes que se opusieron al nazismo. A menudo se olvida que los alemanes no fueron sólo los que auparon a Hitler, libraron su guerra de aniquilación y encendieron sus hornos. También fueron, algunos de ellos, los primeros en sufrirlo, en jugarse la vida oponiéndose al nazismo, mientras el resto del mundo contemporizaba o miraba hacia otro lado. Esos alemanes justos, una minoría más amplia de lo que generalmente se cree, eran suficientes para llenar ya antes de la guerra los campos de concentración y las celdas de la Gestapo; y para dar trabajo, y mucho, al verdugo. En diferentes grados, de la resistencia pasiva a la conspiración para matar a Hitler, lucharon esos otros alemanes a lo largo de 12 años una guerra solitaria, sin ayuda exterior, ante un enemigo despiadado, una sociedad entregada y delatora y el aparato policial más terrible y mejor organizado del mundo. Hacía falta tener coraje, mucho coraje. Pese a su fracaso, estos resistentes preservaron, de alguna manera, el honor del pueblo alemán frente a la esvástica.

Las razones de que se les ignore tienen que ver con la propia memoria alemana tras la guerra: si has sido débil o infame es mejor que lo hayan sido todos, queda más repartido. Y también con la visión que a los Aliados les interesó mostrar de los alemanes: era mejor para combatirlos y someterlos, verlos como una nación homogénea en la brutalización; así que los vencedores determinaron que no hubo una resistencia alemana digna de tal nombre. Esa es la visión historiográfica que se estableció desde Occidente. Como también esta otra visión, tal como señala Marcos Roitman Rosenmann, que La guerra fría trajo un nuevo enemigo: la URSS. Comunismo versus libertad. La historia se rescribió para avalar el relato de Occidente. La batalla de Stalingrado quedó sepultada y los 8 millones de soldados soviéticos muertos en combate contra el nazifascismo y otros 4 millones de desaparecidos fueron borrados de la victoria aliada, como también lo fueron los partisanos y tantos civiles, hombres y mujeres de los países ocupados que dieron su vida por hacer posible la caída del Tercer Reich. Los únicos héroes, pasaron a ser los soldados estadounidenses desembarcados en las playas de Utah y Omaha, en Normandía. Películas, series, reportajes, se centran en difundir esta versión espuria de la historia.

Por lo expuesto antes, de culpabilizar del nazismo a todos los alemanes, todavía hoy, hay pocos lugares de Alemania como el espléndido Centro de la Memoria de la Resistencia, en Berlín, en el mismo Bendlerblock que fue el centro de la operación Valkiria y donde fue fusilado Stauffenberg. El lugar está situado en un centro histórico del intento de golpe de estado del 20 de julio de 1944 en el antiguo alto comando del ejército. En este lugar se encontraba la central de conspiración contra Hitler. Después de fracasar con el golpe de Estado, fueron tiroteados en la misma noche Claus Schenk, Conde de Stauffenberg y tres de sus confabuladores en el patio de Bendlerblock. Desde 1953, el patio de honor es un lugar de evocación de la resistencia al Nacionalsocialismo, en 1968 se abrió el lugar conmemorativo y el centro de enseñanza. La exposición permanente renovada en 2014 presenta toda la amplitud y la variedad ideológica de la lucha contra la dictadura nacionalsocialista con más de 1000 fotografías y documentos. Así se documenta la resistencia al movimiento obrero, en la iglesia, en círculos intelectuales y artísticos, desde judíos, gitanos y Roma, de adolescentes y del día a día durante la época de la guerra. Hay un capítulo entero dedicado al atentado de Georg Elser del 8 de noviembre de 1939, el círculo de Kreisau, la Rosa Blanca y la Capilla Roja. La exposición documenta algunos destinos de vida y explica cómo surgieron las redes de la resistencia, los motivos y objetivos que tenían las personas y cómo el Estado nacionalsocialista reaccionaba a los acontecimientos.

De lo expuesto por Geraldine, me ha impresionado especialmente la siguiente frase: lo que está en el origen de los peores crímenes de la humanidad es la indiferencia. Esa masa representada por los mitläufers que, por su número y de manera más o menos pasiva, pueden consolidar un régimen criminal. Tal idea del peligro de la indiferencia en la gran masa de una nación la corrobora Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto y Nobel de la Paz en 1986, que pronunció un discurso en la Casa Blanca el 12 de abril de 1999, como parte de la serie de conferencias del Milenio, organizada por el presidente Bill Clinton. Hizo un balance de este siglo, afirmando que será juzgado severamente. Dos guerras mundiales, innumerables guerras civiles, una cadena de asesinatos: Gandhi, los Kennedy, Martin Luther King, Sadat, Rabin - baños de sangre en Camboya y Nigeria, India y Pakistán, Irlanda y Rwanda, Eritrea y Etiopía, Sarajevo y Kosovo; la inhumanidad en el gulag y la tragedia de Hiroshima. Y, Auschwitz y Treblinka. Exclamó: tanta violencia y tanta indiferencia. Sobre la indiferencia reflexionó. ¿Qué es la indiferencia? Etimológicamente, significa «sin diferencia». Un estado extraño y antinatural en el que las líneas se desdibujan entre la luz y oscuridad, crueldad y compasión, el bien y el mal. ¿Cuáles sus caminos y sus secuelas? ¿Puede ser considerada como virtud? ¿Es necesario a veces practicarla simplemente para mantener la cordura, vivir normalmente, mientras el mundo experimenta agitaciones desgarradoras?

Ser indiferente al sufrimiento ajeno nos deshumaniza. La indiferencia, después de todo, es más peligrosa que la ira y odio

La indiferencia puede ser tentadora, e incluso, seductora. Es mucho más fácil apartarse de la mirada de las víctimas. Es incómodo y problemático estar involucrado en el dolor y la desesperación del otro. Sin embargo, para el indiferente, su vecino/a no tienen importancia alguna. Sus vidas no tienen sentido. Su dolor oculto o invisible no interesa. La indiferencia reduce al otro a pura abstracción.

Ser indiferente al sufrimiento ajeno nos deshumaniza. La indiferencia, después de todo, es más peligrosa que la ira y odio. La ira puede ser a veces creativa. Uno hace algo especial por el bien de la humanidad al estar enfadado ante la injusticia. Mas, la indiferencia nunca es creativa. Incluso el odio a veces puede suscitar una reacción. Luchas contra él. Lo denuncias. Lo desarmas. La indiferencia no suscita respuesta.

La indiferencia no es un principio, es el final. Y, por ello, siempre es amiga del enemigo, porque beneficia al agresor, nunca a su víctima, cuyo dolor se intensifica al sentirse olvidada. El preso político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar: no responder a su dolor, ni aliviar su soledad ofreciéndoles una chispa de esperanza es exiliarlos de la memoria humana. Y al negar su humanidad traicionamos y engañamos la nuestra.

Recordó dónde estuvo: la sociedad estaba compuesta de tres categorías: los asesinos, las víctimas y los que se quedaban mirando. En los guetos y campos de la muerte nos sentimos abandonados, olvidados. Y nuestro único consuelo fue el creer que Auschwitz y Treblinka eran secretos estrechamente guardados; que los líderes del mundo libre no sabían qué pasaba detrás de esas púas de alambre. De haberlo sabido, pensábamos, esos líderes habrían intervenido. Y ahora sabemos que lo sabían: el Pentágono y el presidente, Franklin Roosevelt.

El peligro de la indiferencia lo han denunciado numerosos políticos y sociólogos a la largo de la Historia. La Historia con mayúsculas enseña. En nuestra polis, dirá Pericles, somos los únicos que consideramos, no hombre pacífico, sino inútil, al que nada participa en ella. Ya nos advirtió Maquiavelo: si no hay ciudadanos comprometidos, capaces de vigilar y resistir a los arrogantes y los viciosos y de implicarse en la búsqueda del bien común, la república muere y se convierte en un lugar donde unos pocos dominan y los demás sirven.

Termino con un texto de gran actualidad de Antonio Gramsci de 1917 Odio a los indiferentes, que supone un aldabonazo a las conciencias dormidas:

"Odio a los indiferentes. Vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. La indiferencia es el peso muerto de la historia. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado? Odio a los indiferentes porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho."

La conclusión final es muy clara. Ante la proliferación en la actualidad de tantos políticos huecos, vacíos, sin valores éticos, tal como los define Lola López Mondéjar, los ciudadanos no podemos permanecer al margen, como lo hicieron los Mitläufer en la Alemania nazi, tal como los define Geraldine Schwarz.

Los Mitläufer consolidaron un régimen criminal, como el nazismo