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Ya no quedan batallas locales. Podríamos pensar que el miserable intento del Partido Popular de impedir que España ostente la vicepresidencia más importante de la futura Comisión Europea no es más que eso: la repetida actitud miserable con la que nuestra derecha aborda la defensa exterior de los intereses de esa España que nunca se le cae de la boca.
Pero sería un error. En este caso. Porque en esta ocasión lo que observamos es parte de un juego en un tablero de mucho mayor tamaño. Un tablero de ajedrez en el que la oposición española no es más que un peón, eso sí, muy entusiasta, al servicio de un aspirante a rey.
Lo que se ventila en las votaciones de la semana próxima es si Europa es el próximo escalón en el descenso a los infiernos que ha comenzado en Washington o si se convierte, por frágil que sea, en su primer dique
La jugada se juega esta vez a escala global. Pocos días después de la conquista de la presa mayor, la Casa Blanca, la derecha europea que anhela volver a aliarse con la ultraderecha, como hace cien años, está en estos momentos presentando batalla para desplazar a esa otra derecha que prefiere que se mantenga el statu quo.
Esa derecha extrema que ha decidido que ya está bien de jugar al consenso con la izquierda, y que no hay nada que desee más que quitarse por fin el disfraz de demócrata, está usando a Teresa Ribera como pretexto para romper los pactos que han dado forma a Europa, a la Europa libre, durante ochenta años, y echarse en brazos de esa sirena demente, el totalitarismo, cuyo canto la absorbe periódicamente.
Con el pretexto de poner en cuestión un nombramiento que estaba ya cerrado y pactado, el señor Manfred Weber aspira a resolver viejas cuentas pendientes y convertirse no en el interlocutor de Donald Trump, sino en su socio privilegiado. Viejas cuentas pendientes con su correligionaria Ursula von der Leyen, que se interpuso en sus aspiraciones hace cuatro años, y con el presidente de la Internacional Socialista, Pedro Sánchez, hoy en día el único obstáculo que se opone a los fines de la derecha europea, tras la previsible caída de su puesto del Canciller Scholz.
Nuestra derecha siempre dispuesta a abrazar cualquier causa que pueda conducirle a su eterno deseo de reinar, por fin, sobre las ruinas
Lo que se ventila en las votaciones de la semana próxima es si Europa es el próximo escalón en el descenso a los infiernos que ha comenzado en Washington o si se convierte, por frágil que sea, en su primer dique. Esta es una partida que supera con mucho el botín al que aspira nuestra impresentable derecha local, nuestra derecha siempre dispuesta a abrazar cualquier causa que pueda conducirle a su eterno deseo de reinar, por fin, sobre las ruinas.
Asistimos impotentes a un duelo dramático, del que tal vez no sea posible salir muy bien, pero es posible salir muy mal. Pero es importante que seamos conscientes de ello. Porque aún puede llegar el momento de juzgar dónde estuvo cada uno en este instante crítico, y entonces jugarán a la desmemoria. No lo permitamos.