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No sé muy bien si el anuncio dedicado a la conmemoración de los “50 años de España en Libertad” anunciada por el presidente del Gobierno y que lleva asociada como remate a esa fecha la muerte del dictador, es muy acertado; al menos no me lo parece en lo que a su expresión formal se refiere. De su contenido, habrá que esperar.
Lo que sí se sabe es que ha provocado un comprensible rechazo, no sólo por parte de las derechas, lo que no es ninguna novedad, sino, también, por la banda de las izquierdas, que, visto lo que sucede en este país, tampoco extrañaría mucho.
Hay que rendirse a la evidencia. El nombre de Franco no despierta en las derechas ningún rechazo, ni repulsa
Hay que rendirse a la evidencia. El nombre de Franco no despierta en las derechas ningún rechazo, ni repulsa. Lo siguen manteniendo como “Caudillo por la gracia de Dios” y “enviado por la Providencia divina para acabar con la República judeo-masónica”. Pensar y aceptar que el fin del franquismo es un hecho se lo creen muy pocos. Basta mirar el funcionamiento del poder judicial de hoy y los posicionamientos ideológicos de Vox, de Díaz Ayuso y de cierto sector del PP para concluir lo contrario.
Es lógico aceptar que a las derechas les moleste que el gobierno haya incluido la muerte del Dictador como inicio del despegue de esa España en libertad -que no una, ni grande-. Sin duda que aquella muerte supuso una catarsis en un gran sector de la población española, pero no la desaparición del franquismo.
De hecho, el alcance político, cultural, económico y recuperación de la verdad, justicia y reparación de las víctimas de dicho franquismo, ni siquiera se inició tras esa muerte. Ha sido en estos dos últimos años cuando se han conseguido algunos logros, bien magros por cierto. No sólo porque las derechas siguen manteniendo la llama o la mecha o la brasa golpista, sino porque los gobiernos de izquierda que han pasado por la Moncloa tampoco se han distinguido por sacar los colores al franquismo; ni por educar a la sociedad contra este, sea su manifestación latente y patente. Las izquierdas siempre han temido a las derechas, resueltas a dar un golpe de estado si fuera preciso, como ocurrió en 1936 y lo volvería a hacer en el 23 F de tan infeliz memoria.
¿Alguien ha escuchado a un dirigente de derechas despotricar contra la dictadura y poner el nombre de su dictador en la escupidera de la historia?
Es muy lógico que las derechas se cabreen. Entienden que se les insulta al afirmar que el franquismo terminó con la muerte de su “gran timonel”. Nadie mejor que ellos lo saben. Tienen razón. Hay hechos incontrastables que confirman su presencia. ¿Alguien ha escuchado a un dirigente de derechas despotricar contra la dictadura y poner el nombre de su dictador en la escupidera de la historia? No dejarán de decir perrerías contra el Carlismo y demás militaristas perjuros.
Dicha situación da que pensar en lo que (no) han estado haciendo los gobiernos de izquierdas a lo largo de estos cincuenta años para que dicha imagen no se haya resquebrajado lo más mínimo en el imaginario social y político de las derechas. Estos 50 años en libertad ni siquiera han conseguido que las derechas renunciaran públicamente a las pompas y las obras franquistas, tras el bautismo de la Democracia. No lo llamarán franquismo -no son tontos-, pero ni en los medios ni en los fines se diferencian de sus padres putativos ideológicos.
En estos cincuenta años, han pasado por el sistema educativo varias generaciones. Es para preguntarse qué mella ha hecho en ellas una educación y axiología democrática capaz de llevarlos a condenar el golpe de Estado, a los dictadores que los perpetran y a aceptar como sistema de convivencia una democracia basada en el respeto, la libertad y el reconocimiento de la soberanía popular como fuente legitimadora del poder político en un Estado de Derecho.
Sin conocimiento de la historia, ¿qué sentido tiene celebrar los cincuenta años de una España en libertad?
Y preguntarse, también, si dicho sistema educativo ha conseguido que esas generaciones aludidas tengan un conocimiento de las figuras de Azaña, Largo y Negrín, una y otra vez recordadas en nuestros días como “monstruos” y “diabólicos comunistas”. La juventud actual ni sabe quiénes fueron estos políticos. Su desconocimiento de la historia más reciente es absoluto. Y, sin conocimiento de la historia, ¿qué sentido tiene celebrar los cincuenta años de una España en libertad?
Que no se haya conseguido que la sociedad española en bloque no haya rechazado el golpe de Estado de 1936 y que ciertos sectores de la historiografía actual sigan manteniéndose titubeantes para caracterizar a Franco como dictador y a su régimen como un gobierno dictatorial y antidemocrático, nunca un Estado de Derecho, y, por el contrario, calificarlo como “gobierno personalista y autoritario”, es un fracaso absoluto del sistema educativo en estos cincuenta años, pero no sólo, claro. El sistema educativo no es el único responsable y culpable de esta ignorancia y de este ocaso de la inteligencia ilustrada.
Que haya sectores de la derecha que consideren legítimo y democrático el mantenimiento de monumentos erigidos para la exaltación de los golpistas, revela mejor que nada la orfandad democrática en que aún sigue sobrenadando la sociedad española y demuestra el poder que aún sigue teniendo el franquismo en las instituciones de este país, sobre todo en el sistema judicial.
Pensar que el franquismo se lo llevó Franco es ingenuo. Murió el dictador, pero no su legado nacionalcatólico. Y, desgraciadamente, durante estos cincuenta años no parece que se haya evaporado si se juzgan la cantidad de hechos confesionales católicos protagonizados dentro de las instituciones públicas, contraviniendo una y otra vez lo que dicta la Constitución en materia de neutralidad religiosa. Y de esta afrenta no se libra el Gobierno, la Monarquía, el Ejército y la mayoría de las instituciones públicas -escuelas, institutos, universidades, hospitales, cementerios, etcétera-, de este país, que ponen en entredicho la naturaleza aconfesional del Estado y, por tanto, ofendiendo la pluralidad religiosa y no religiosa de la sociedad.
Pensar que el franquismo se lo llevó Franco es ingenuo. Murió el dictador, pero no su legado nacionalcatólico
El franquismo sigue vivo. Y está por ver de qué modo y manera, en esta celebración de los 50 años de esta España en libertad lo hace visible, lo condena y las derechas callan, lo aceptan como una verdad axiomática y no se subvierten con tales manifestaciones de repulsa. De entrada, ya antes de que se pusiera en marcha dicha conmemoración, ya han clamado contra ella. De salida, seguro que orquestarán una campaña agresiva, no sólo contra Sánchez, sino, mucho peor, contra la democracia. Porque democracia y franquismo son intrínsecamente incompatibles. No diremos que derechas y democracia también lo son, pero, en ocasiones, esa es la negra sensación que transmiten.
Después de lo dicho, parece coherente aceptar que las derechas se hayan cabreado ante la pretensión del Gobierno de celebrar -¿por todo lo alto?- el fin del franquismo. Para Feijóo y compañía es un insulto. Primero porque el gobierno es el primero en saber que el franquismo no se ha ido y, segundo, porque, sobre todo, ahí están ellas, las derechas, para confirmarlo.
Y ese será el reto. ¿De qué modo, en la celebración de esta España en libertad durante 50 años, lograrán sus organizadores que las derechas acepten que el genio militar que salvó a España de caer en las diabólicas redes del comunismo fue un genocida? Y, sobre todo, ¿cómo explicará a la sociedad el hecho de que un gobierno de izquierdas democrático fuera incapaz de detener que un golpista se hiciera con la Jefatura de Estado?
Al intentarlo, quizás pueda imaginar la manera de cómo contrarrestar la invasión agresiva y abrasiva de las derechas de hoy, que, si no se califican a sí mismas de franquistas, no será porque no guarden relación alguna con el nacionalcatolicismo impuesto por el Dictador, porque, en la práctica, son eso: nacionalcatólicas. Y serlo sí que es incompatible con ser demócratas y defensores de un Estado de Derecho.
Porque, si el fin de esta celebración es poner por las nubes el papel jugado por los partidos políticos como artífices de la Transición, en la que desde luego las derechas jugaron un papel principal, ya se pueden ahorrar cualquier tipo de pasquín publicitario… Para este viaje no se necesitan semejantes jumentos y albardas.