
“Cuanto mayor es el poder, más peligroso es abusar de él”.
Edmund Burke
Al intentar conocer hoy cuáles serán las decisiones que tomarán mañana los desconcertantes políticos que dirigen el orden internacional, también los que tenemos a nivel nacional, experimentamos la misma incertidumbre que al ver un ave posada en un árbol, nunca sabremos de antemano hacia dónde dirigirá su vuelo; aunque mis dudas y críticas, a fuer de ser honesto y objetivo, no son extensibles a todos los políticos. Se atribuye a Eurípides la frase de que “a quien los dioses quieren destruir, antes lo enloquecen”. Poca gente duda hoy de que muchos líderes que están en el poder, por su forma de hablar, comportarse y gobernar, denotan cierto grado de locura y escasez de inteligencia responsable. Llegan a ignorar que el ejercicio del poder es efímero, hasta pensar que son seres elegidos por los dioses y que siempre estarán en su olimpo; se olvidan que hasta la vida es finita. Cuando los políticos utilizan el insulto y la mentira convierten sus intervenciones no sólo en una grave falta de respeto a la política, una demencia ética y, sobre todo un daño a la democracia.
Sólo los que están suficientemente locos como para pensar que pueden cambiar el mundo, son los que quieren intentarlo “porque ellos lo valen y pueden”
La historia nos ha enseñado que los seres humanos han deseado hacerse con el poder desde antes incluso de que existiera el propio concepto. Analizar la historia del poder y la política permite concluir que obtener una situación privilegiada dentro de un grupo o sociedad puede permitirnos vivir de una forma mucho más cómoda y placentera, algo que como humanos siempre hemos buscado desde el principio de los tiempos.
Decía Esquilo que aquel que se hace con el poder por la fuerza, suele intentar mantenerse en él por el mismo medio; de ahí que las luchas por el poder han desencadenado guerras, conflictos y genocidios que han quedado escritos para siempre en los libros de historia. Y no hace falta acudir a los libros de historia para afirmarlo y confirmarlo, basta analizar la historia presente con la guerra de Gaza y la cruel inhumanidad de Netanyahu, o la de Ucrania y el genocida Putin, o los sueños locos de un Donald Trump y su forma de generar impacto con gestos inesperados que se regodea, durante una entrevista con la periodista Laura Ingraham en el Despacho Oval, presionando un botón rojo en plena entrevista y comentando con irónica sonrisa: “Todos creen que es el botón nuclear, que si lo presiono, será el fin del mundo”. Luego, sin más explicaciones, decidió pulsarlo, dejando intrigada a la periodista, que desconocía que, en vez de una alerta, era para pedir una Coca-Cola.
Sólo los que están suficientemente locos como para pensar que pueden cambiar el mundo, son los que quieren intentarlo “porque ellos lo valen y pueden”. Razón tenía Isaac Newton cuando dijo: “Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de las personas”.
Recomiendo leer el libro de Vivian HH. Green, rector del Lincoln College de Oxford e historiador, titulado “La locura en el poder”. Trata sobre la enajenación mental de los gobernantes en la historia, al sumergirnos en un apasionante recorrido por las desquiciadas vidas de los más célebres monarcas y dictadores locos. Es un análisis sopesado de cuánto influyó el ejercicio del poder en el brote de sus trastornos personales en el desempeño político. Pregunta que se puede plantear hoy a unos cuantos gobernantes, en ejercicio o por llegar, en apariencia sanos, pero que con sus ejecutorias emulan a aquellos personajes de la historia. En su libro Vivian ofrece una constelación de esos personajes inestables psíquicamente, que desde sus tiempos de ejercicio del poder impusieron sus locuras, sus crueles maldades, sus excentricidades multiplicadas por su impunidad y perversidades, brindándonos imágenes tremendas y perturbadoras. Leerlo es ir descubriendo cómo el poder puede trastornar a algunos individuos y por consiguiente llevar a sus pueblos al caos.
En 2008, David Owen, el escritor, político y médico neurólogo británico, que incursionó en la política del Reino Unido, en su libro “En el poder y en la enfermedad”, como médico, tratando de la interrelación existente entre la política y la medicina, tuvo la ocasión de ver las tensiones de la vida política y sus consecuencias, declarándose fascinado por esta relación al analizar ambos campos: política y medicina. En su opinión, la enfermedad en personajes públicos suscita importantes cuestiones, en especial, cuando se mantiene en secreto la dolencia y se analiza, a su vez, la importancia de su influencia en la toma de decisiones o la dificultad existente para destituir a dirigentes enfermos.
La palabra “hybris”, de origen griego, significa orgullo o arrogancia. Los griegos utilizaban este término para hablar de la arrogancia humana frente a los dioses, que les hacía creer que, intoxicados de poder, podían conseguirlo todo
El libro estudia las enfermedades padecidas por importantes Jefes de Estado y de Gobierno, nombrando algunos, como Neville Chamberlain, Calvin Coolidge, Winston Churchill, Ronald Reagan, J.F. Kennedy, el Sha de Persia o Mitterand, entre otros. Hoy, añadiría el “síndrome de hybris” o embriaguez del poder: persistir en el error, siendo incapaces de reconocer sus errores y de modificarlos. Quienes desarrollan este síndrome suelen incrementar las posibilidades de que también afecten a las decisiones políticas que toman y que, en la mayoría de los casos, terminan con resultados peligrosos, o peor, catastróficos, no para ellos, sino para los demás. Lo estamos padeciendo con Putin, con Trump o con Netanyahu. Al reflexionar sobre la naturaleza de la democracia y del comportamiento humano, Owen plantea e ilustra el conjunto de problemas derivados de líderes enfermos y a la vez aborda el envejecimiento de los poderosos y las pérdidas cognitivas vinculadas a la edad.
La palabra “hybris”, de origen griego, significa orgullo o arrogancia. Los griegos utilizaban este término para hablar de la arrogancia humana frente a los dioses, que les hacía creer que, intoxicados de poder, podían conseguirlo todo. Dicha intoxicación de poder podría ser causada por el síndrome de “Hybris”, que en la concepción griega era etiquetado a los héroes que vencedores de las grandes batallas conquistaban la gloria y que borrachos de poder y éxito, empezaban a comportarse como dioses, creyéndose capaces de cualquier cosa.
Hoy, muy presente en el mundo real, utilizamos “el síndrome de Hybris” para describir un trastorno que se caracteriza por generar un ego desmedido y desprecio por las opiniones y necesidades de los demás
Hoy, muy presente en el mundo real, utilizamos “el síndrome de Hybris” para describir un trastorno que se caracteriza por generar un ego desmedido y desprecio por las opiniones y necesidades de los demás. Aunque existe comorbilidad con el narcisismo y con el trastorno bipolar, Owen lo describe como un trastorno reversible en personas sanas. En esta obra, Owen describe la patología que afecta a ciertos políticos con responsabilidades jerárquicas de gobierno, que se aferran con uñas y dientes al poder, indicando que este mal se presenta, en una primera fase, bordeando la megalomanía para concluir, en un segundo momento, en una paranoia. Los gobernantes atacados por este síndrome según relata Owen, dejan de escuchar, se vuelven imprudentes, entiende que solo sus ideas son correctas, jamás reconocen sus errores y prefieren rodearse por una legión de aduladores interesados que no dudan en felicitarle hasta en sus equivocaciones, reiterándole de lo imprescindible de su mesiánica presencia al frente de la conducción de los destinos de los gobiernos o Estados.
Tras mostrar cómo a lo largo de los últimos cien años han sido numerosas las decisiones políticas tomadas de forma errónea por dirigentes políticos enfermos, Owen busca establecer barreras de protección advirtiendo del negativo papel de los asesores de tales líderes o de sus médicos personales, incapaces de advertirlos sobre la gravedad de ciertas situaciones; para ello, establece una lista de síntomas psicopatológicos típicos del “síndrome de hybris”, trastorno mental que se adquiere cuando el político accede al cargo y que suele remitir una vez que abandona el poder. He aquí algunos de estos síntomas:
a) Confianza exagerada en sí mismo, imprudencia e impulsividad;
b) Sentimiento de superioridad;
c) Desmedida preocupación por la imagen, lujos y excentricidades;
d) El rival debe ser vencido a cualquier precio;
e) La pérdida del mando o de la popularidad termina en la desolación, la rabia y el rencor;
f) Desprecio por los consejos de quienes les rodean;
g) Alejamiento progresivo de la realidad.
La historiadora, y premio Pulitzer, Barbara Tuchman escribió que somos poco conscientes de que “el poder genera locura, de que el poder de mando impide a menudo pensar, de que la responsabilidad del poder muchas veces se desvanece conforme aumenta su ejercicio. La general responsabilidad del poder es gobernar de la manera más razonable posible en interés del Estado y de los ciudadanos”. En ese proceso es una obligación mantenerse bien informado, prestar atención a la información, mantener la mente y el juicio abiertos y resistirse al insidioso encanto de la estupidez. Si la mente está lo bastante abierta como para percibir que una determinada política está perjudicando en vez de servir al propio interés, lo bastante segura de sí misma como para reconocerlo, y lo bastante sabia como para cambiarla, eso es el súmmum del arte de gobernar.
Según Tuchman “el síndrome de hybris” es mucho más habitual en quienes lideran los gobiernos, sean democráticos o no, de lo que a menudo se percibe; es un elemento fundamental que caracteriza la insensatez. Y concluye: “La estupidez, la fuente del autoengaño, es un factor que desempeña un papel notablemente grande en el gobierno. Consiste en evaluar una situación en términos de ideas fijas preconcebidas mientras se ignora o rechaza todo signo contrario […], es, por tanto, la negativa a sacar provecho de la experiencia”.
Una característica del “síndrome de hybris” es la incapacidad para cambiar de dirección porque ello supondría itir que se ha cometido un error
Una característica del “síndrome de hybris” es la incapacidad para cambiar de dirección porque ello supondría itir que se ha cometido un error. Bertrand Russell escribió: “El concepto de verdad como algo que depende de hechos en buena medida fuera del control humano ha sido una de las maneras que ha tenido hasta ahora la filosofía de inculcar el necesario elemento de la humildad. Cuando se elimina este freno del orgullo, se da un paso más hacia un cierto género de locura: la embriaguez del poder”. Cuando estando en el poder la gestión abandona la reflexión, la ética y la sabia filosofía, hay un trecho corto y muy pocos pasos para avanzar hacia la locura.
Termino estas reflexiones recordando una costumbre de los clásicos: “los generales romanos victoriosos recibían a su entrada en Roma una corona de laurel y un esclavo que, ante los vítores del pueblo, les susurraba unos pasos más atrás: ‘memento mori’ (‘recuerda que eres mortal’), para recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia. Esta costumbre deberían tenerla muy presente quienes están temporalmente en los gobiernos: se creen “dioses”, pero se olviden que son mortales. Y a los ciudadanos sensatos e informados nos recuerdan que su ansia de poder la locura les impide ver la realidad tal como es.