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Jaime Polo | @lovacaine

La nieve cae despacio en el suelo helado de la Antártida. El viento se cuela por los pasillos de la estación de investigación como un espectro hambriento que atraviesa ropa y piel. Ahí están ellos, los hombres, acostumbrados a enfrentarse a lo impredecible de la naturaleza, pero nunca a lo imposible. Nunca a lo innombrable.
Cuando pienso en La Cosa (1982), de John Carpenter, mi mente regresa a esos rostros llenos de sospecha y a la angustia de no saber en quién confiar. La película se despliega como una novela de paranoia, donde el verdadero monstruo no es solo el ser grotesco que adopta formas inhumanas, sino la semilla del miedo que germina en el alma de cada hombre. Es esa sensación de estar rodeado por amigos que pueden no ser quienes dicen ser, donde la lealtad se convierte en un concepto difuso, algo intangible que se desintegra al menor atisbo de duda.
El concepto de no-lugar es un elemento que se convierte en un recurso fundamental para explorar la pérdida de identidad y el miedo a lo desconocido
En el cine de ciencia ficción y terror aparece un tema que me interesa profundamente, el concepto de no-lugar, un elemento que se convierte en un recurso fundamental para explorar la pérdida de identidad y el miedo a lo desconocido. Según el antropólogo Marc Augé, un no-lugar es un espacio de anonimato, de tránsito, donde la identidad se diluye y no hay vínculos afectivos ni históricos que lo definan. Es un territorio sin arraigo, donde el ser humano se convierte en un extraño para sí mismo.
En La Cosa de John Carpenter, el terror no solo se manifiesta a través de la monstruosidad física del ente alienígena, sino también en su capacidad de transformar el espacio habitable en un no-lugar. La base antártica, en un principio, representa un lugar: un refugio humano en medio del vasto y hostil desierto blanco, donde la rutina y la convivencia de los investigadores crean una comunidad identificable. Sin embargo, en cuanto la criatura entra en escena, esta noción se desvanece. Los espacios antes familiares se tornan inseguros y ambiguos. La criatura, por tanto, no es solo una amenaza física, sino un ente deslugarizador: su existencia trastoca la esencia misma del espacio, desarraigando el entorno y desplazando la certeza por el terror.
La Cosa no solo es un relato de terror biológico, sino una metáfora de cómo el miedo deshumaniza los espacios cotidianos
De esta forma, La Cosa no solo es un relato de terror biológico, sino una metáfora de cómo el miedo deshumaniza los espacios cotidianos, transformándolos en territorios indescifrables donde la identidad y el afecto desaparecen.
John Carpenter logra que el espectador sienta el gélido aislamiento antártico y, más allá de los efectos visuales magistrales, lo que realmente persiste es esa pregunta inquietante que queda al final: ¿Qué nos convierte en humanos cuando el miedo borra nuestros lazos y el entorno deja de reconocernos? La Cosa es un espejo oscuro de nuestras ansiedades más profundas. Y quizá esa sea la verdadera esencia del terror: enfrentarnos a la posibilidad de que la identidad sea tan frágil y cambiante como el propio hielo.
Contra todo pronóstico, los cines Lys apostaron por un clásico que en su día fracasó y, sorprendentemente, la sala estaba más llena que en su propio estreno. Quizá porque ahora, después de tantas décadas, el tiempo siempre pone las cosas en su lugar.