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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda1
Apuesta familiar, convivencia arraigada en la potencia de las emociones, cultivo duradero hacia la transición que exige una puesta a punto en conflicto. Roz es la máquina más perfecta en su imperfección; es el camino de llegada a la transformación en lo humano, cabal demostración de la necesidad de entender desde un plus incorporado en la vivencia. Lo extraño y lo ajeno semejan estratos diferenciales, constante intersección de planos irregulares desnudan la imperfección en la lógica de un servicio a tiempo completo.
El diseño es muy humano, integra parámetros de comodidad en atención a un mundo reglado, ordenado ante el caos de lo incierto. Lo novedoso es más que un objeto extraño, ante la mirada salvaje, se ciñe como desafío en apelación a los recursos de una naturaleza expresada de forma animal.
Vuelta de tuerca en retroceso al rescate de valores esenciales. La preservación de la existencia peca de insistente; la naturaleza es maleable en conexión con procesos altruistas desgajados de una maquinaria que delata lo típico de su génesis. La labor del hombre se cuela por la esencia de su naturaleza; sentimientos y emociones son necesarios a todo aprendizaje y función social, incluidos los servicios personales.
Robot salvaje es también una batalla por la liberación de las emociones en armonía con un ambiente de cooperación para el beneficio de todos
El barco es arrasado por un tifón; su cargamento, una serie de cajas con robots listos para satisfacer cualquier “necesidad” humana, es esparcido en una isla plagada de diversas especies incapaces de ocultar su curiosidad y asombro. Roz es encendido casualmente, se desvela por “complacer” a todo lo que se mueve. El éxito se irá construyendo de a poco, la oportunidad de transformarse en madre de un polluelo de ganso irá desplegando posibilidades de crecimiento; modelo para una función humana ideal a partir del imprinting.
La rigidez de lo mecánico versus la flexibilidad de lo aleatorio; todo el filme gira en torno a una dicotomía en permanente ebullición. Robot y polluelo deben sobreponerse al desborde en circunstancias ajenas a lo habitual. La racionalidad maquinal desvía los caminos hasta que el zorro introduce el pragmatismo de la supervivencia.
Fink, nexo de una dialéctica que a todos ofrece oportunidades, es el encargado de visualizar las fallas; una guía de sentido común que denota la imposibilidad de evadir los procesos.
El descubrimiento emerge, la doble vía alcanza múltiples conexiones con todos los animales de la isla; la demostración es capaz de acercar condiciones de supervivencia a los registros de la cooperación, clave esencialmente humana trasladada a los códigos del reino animal en la pureza que registra la imposibilidad de sobrevivir aislado. Todos deben unirse para superar las condiciones climáticas so pena de perecer en la mutua depredación.
Brightbill, el pequeño héroe se hace en la aventura; superación de temores y ofensas; camino de progreso de cara a la respetabilidad como ganancia, un gansito defectuoso aprende a volar.
Por último, Roz completa el triángulo fundamental, toma el riesgo sin saberlo, su programación servicial lo condena a la influencia del ambiente. Hasta un robot es capaz de humanizarse en la oportunidad adecuada. Las condiciones naturales remarcan la violencia y arbitrariedad de lo tecnológico; el abuso de criterios imperativos, es la guerra a la naturaleza, un combate diferente al de la supervivencia animal.
Circula la idea de la lucha ante la imposición y en propia defensa; todo debe tener un orden, el caos es el desmadre de la inconciencia, pero también la germinación de una comprensión más amplia plagada de reconciliaciones posibles.
Una lección de heroicidad y solidaridad compartidas, Roz, Brightbill, y hasta Fink, lideran en alternancia, irrumpen momentos donde los salvatajes asisten en la complementariedad que luego se extenderá en el ejemplo al resto de la “comunidad” salvaje. Los valores se deslindan de la máquina, advierten novedades necesarias sin empalagar; la batalla se ciñe ante el ausente creador y sus aliados. Los robots llegan en la nave, no interesan las historias a contar, solo importa la misión de la cultura manipulada en los s a la vida.
Los excesos se desgranan en una multitud de eventos y explosiones, despliegue de colores alusivo a terceras ocasiones, pequeños sucesos de una aparente e ininterrumpida guerra contra la naturaleza. Aunque en su aceptación esté la solución, la pulseada no considera “imposiciones” del azar.
salvaje es un tránsito en etapas que culminan en tensión necesaria. Lo humano juega, entre líneas, desde una transformación; intenta reconstruir el costado animal cancelado por un progreso utilitario que se esmera en desmentir una lógica de relaciones resistente a los tironeos serviciales. Emergen rutinas desconectadas de circunstancias vitales particulares. Resurge la esencia, prima la lógica de improvisaciones, el ensayo y error se manifiesta en la cooperación desde lo inefable, impredecible en sus resultados.
En tiempos donde solemos pensar en la inteligencia artificial como principio acopiador de aprendizajes racionales procedimentales, Chris Sanders nos enfoca hacia la relevancia de posibles incorporaciones generales. Roz demuestra que, en el contexto correcto, las adquisiciones pueden trascender servicios programados para convertirse en talentos por fuera de eventos preestablecidos, lógicamente inaugurados por premisas de habituación al intercambio. Existen circunstancias del orden de lo inédito que, a pesar de avenirse a reglas naturales de producción vital, resultan impensables para el intelecto creador. La inteligencia humana se mueve en los parámetros de lo conocido por la experiencia; lo no vivenciado cae por fuera del cerco que delimita posibilidades de acción programada. Roz necesita aprender a criar a un gansito recién nacido, nadie pensó jamás esa circunstancia porque era imposible imaginar el escenario. El filme nos enfrenta a otra dimensión del aprender; una racionalidad fuertemente atada a cuestiones emocionales, no consideradas, que trastocan la intencionalidad, la transforman en el deber moral que apela a estrechos lazos sentimentales capaces de invadir a los seres vivos. El robot aprende igual, aunque de otra manera. La interacción con la naturaleza prueba analogías vinculadas a emociones asentadas sobre un mecanismo que oficia de soporte maleable. Sometidos a la circunstancia adecuada, ¿es posible que los robots se humanicen, o solo constituyen un peligro por apropiación de capacidades humanas, y su consiguiente riesgo en el desmedido uso del poder?
Nos recuerda al modelo de aprendizaje postulado por Jean Piaget, en donde el ser vivo se acomoda a las circunstancias del ambiente y, a partir de sus propios modos de aprendizaje, va incorporando la experiencia para transformar sus esquemas de asimilación de acuerdo a su interacción con el mundo. Roz se va transformando en la acción, es la conquista de una independencia, por diferenciación con sus pares, que intenta ser evitada por los humanos, especie creadora de “seres” metálicos al servicio de una cultura que promueve la comodidad y el poder.
Robot salvaje es también una batalla por la liberación de las emociones en armonía con un ambiente de cooperación para el beneficio de todos. No se asienta en las garras del poder que todo lo controla, sino en la improvisación que aprovecha el momento para apuntalar el aprendizaje de vínculos solidarios.
Una pincelada ética, un planteo necesario, problematiza el tema de la inteligencia artificial ante la posibilidad de estimular posibles inteligencias múltiples en un marco de referencia aleatorio que, sin embargo, no desconoce las necesidades propias de la naturaleza.