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Hay países que ha mucho tiempo decidieron sin que hasta la fecha se haya producido la más mínima protesta o rectificación. Estados Unidos, entre todos, escogió el derecho a las armas, no por razones filosóficas u ontológicas, sino exclusivamente porque desde que los europeos invadieron aquella parte de América estuvieron en guerra abierta contra los nativos: La conquista del Oeste, que dio lugar a ese maravilloso género cinematográfico que ha dado más obras maestras que ningún otro, no fue más que una carrera hasta el Pacífico para adueñarse de territorios escasamente habitados eliminando a sus legítimos pobladores. Es en ese avance hacia el oeste donde se gesta el enriquecimiento de Estados Unidos, primero con el ganado, luego con el oro, después con el petróleo, siempre con las armas. No hay nada que un yanqui aprecie más que un par de pistolas junto a un fusil repetidor de última generación, pasar un domingo en compañía de los niños tirando granadas mientras se prepara la barbacoa es uno de los placeres más altos a los que puede aspirar un buen gringo.
Y en esas estamos. No es que en España o el resto de Europa no se sienta pasión por el armamento, de hecho España tiene más de un millón de cazadores y recibe a otro montón de europeos dispuestos a no dejar venado de corral sin su correspondiente disparo en la cabeza. Sí, hay pasión, nos gustan las armas y en cuanto hemos tenido ocasión hemos demostrado hasta donde llega nuestro furor por la pólvora, pero desde hace décadas no llevamos armas por la calle ni en los estadios deportivos ni en bodas y comuniones, lo que sin duda tiene algo que ver con que el número de asesinatos que se producen en Europa sea mucho menor que el que acaece anualmente en Estados Unidos, asesinatos que afectan fundamentalmente a la población más pobre y que no es mayor todavía porque ese país tiene una de las poblaciones penitenciarias más grandes del mundo.
Cuando por fin había llegado el debate a las instituciones sobre la vivienda, ahora nos urge la guerra, las trompetas del Séptimo de Caballería tocan arrebato y no hay lugar para los rezagados
Sin embargo, más que por las armas, lo que ha sido una verdadera querencia entre nosotros ha sido tener una casa, no una como la de Julio Iglesias o Botín, de esas que te pierdes y que apenas tienen un lugar entrañable donde solazarte, sino una casa con una cocina, un par de dormitorios, una sala de estar, un baño y poco más. Un lugar donde vivir, donde refugiarte de las inclemencias del tiempo y de una sociedad caníbal. Resulta que las Comunidades Autónomas, con competencia plena y absoluta en la materia, se olvidaron hace treinta años de que estaban obligadas a proporcionar vivienda a quien tuviese dificultades para obtenerla, que era de su cuidado crear un parque público de viviendas que no se rigiese por las leyes de la especulación y diese la posibilidad a jóvenes y no tan jóvenes de vivir bajo techado sin tener que vender su alma al diablo. Tampoco los distintos gobiernos centrales se dieron por aludidos, dejando para el día de mañana la elaboración de leyes marco que incitasen a las Autonomías a preocuparse por la cuestión, cosa que no habrían hecho porque la mayoría de ellas creen a ojos cerrados en la economía especulativa, en comprar por uno y vender por diez, en la trampa, en el aquí te pillo y aquí te mato, en el rentismo, que ha sido secularmente uno de los grandes males de la economía española.
Sea como fuere, como es, el caso es que a día de hoy se están alquilando habitaciones de diez metros cuadrados por 1000 €, pisos en el extrarradio de las grandes ciudades por más del doble, cuartos habilitados en el hueco de las escaleras, en las terrazas, en las cocheras por cantidades que hacen sentir vergüenza de nuestra especie. Con tres millones de viviendas vacías, con los cascos viejos de la mayoría de nuestras ciudades monumentales habitados sólo por turistas de paso, un porcentaje muy alto de los jóvenes españoles no pueden acceder a una vivienda, vivir bajo un techo que les permita pensar, amar, descansar y proyectar su futuro, porque sin casa, sin hogar, sea propio o mediante alquiler justo, se vive en la interinidad, en precario, a salto de mata, a merced de los especuladores más despiadados, de los fondos buitre, de las alimañas.
¿Qué disparate es éste? ¿Hasta dónde, hasta cuándo las mentiras, las manipulaciones, las estafas, las guerras imperiales?
Estábamos en eso, por fin había llegado el debate a las instituciones, se preparaban leyes y reglamentos, liberación de suelo público y proyectos de ejecución inminente para crear un parque público de viviendas a precio regulado. Se habría una espita, parecía que la voz de la calle, de los problemas reales había llegado a las alturas, eso sí, siempre con la duda autonómica. Pero no, ahora nos urge la guerra, las trompetas del Séptimo de Caballería tocan arrebato y no hay lugar para los rezagados. Dicen que Ucrania es nuestra frontera, la frontera de Europa, negándose a entender que Ucrania es la frontera de Rusia, que los aliados de la OTAN al servicio de EEUU han rodeado Rusia de misiles, de bases militares en los estados que antes estaban bajo su influjo o pertenecían a la antigua URSS, que la OTAN ha sido insaciable y pretendía llegar hasta las entrañas de Rusia, un país que tiene más de seis mil cabezas nucleares, muchas de ellas de última generación y con un poder destructivo diez mil veces mayor que las bombas que los yanquis arrojaron sobre Japón. ¿Qué disparate es éste? ¿Hasta dónde, hasta cuándo las mentiras, las manipulaciones, las estafas, las guerras imperiales?
España ni puede ni debe gastar el 2% de su PIB en armas, nadie va a invadir España, nadie salvo Estados Unidos, país al que llevamos entregados desde los pactos de Franco. Tampoco Rusia tiene el menor interés en atacar Europa, sino en que se respete su poder, su espacio, aquí asistimos a la enésima partida de póquer con las cartas marcadas en la mesa que ha preparado el Pentágono. Hay que romper la baraja, hay que gastar en lo que hace falta, en lo que de verdad necesitamos: Vivienda, Educación, Cultura, Salud, Vejez, Cambio climático. Para la defensa de Europa basta con la reorganización de los presupuestos nacionales y con la debida política de alianzas, que no forzosamente tiene por qué ser con Estados Unidos, que puede negociarse con otros, incluso con Rusia, India o China. Así están las cosas y es llegado el momento de que España, de que Europa, demuestre que no somos el perrito faldero de nadie, que tenemos otros valores, que defendemos la vida, la libertad y la justicia.