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En tiempos pretéritos la palabra decencia se asociaba a la moralidad que debían aparentar hombres y mujeres según el canon católico. Se podía ser un perfecto cabrón, pero si se acudía a misa una vez por semana, se contribuía al cepillo, se colaboraba en las fiestas patronales y se gritaba con vehemencia para enaltecer los colores del equipo de fútbol local o nacional, se era una persona decente. En cuanto a las mujeres, bastaba con el debido recato, la sumisión irrenunciable y la falda por debajo de la rodilla. Nada más. La decencia se valoraba así, de una manera tan majadera y surrealista que podías saber quienes eran los personajes más detestables del pueblo preguntando por los más decentes. Hoy la cosa ha cambiado, apenas encontramos palabras para ensalzar la bondad, la empatía, la voluntad de contribuir a mejorar la vida de los que peor lo pasan, la fraternidad, la humanidad incompatible con la barbarie que va inundando el mapa como si de una epidemia de peste se tratara.
Hemos hablado otras veces de la capacidad del hombre para adaptarse a situaciones difíciles, de esa capacidad como parte fundamental de la evolución de las especies, no tanto de los seres humanos, pero cuando observamos la realidad llega la contradicción y con ella las preguntas sin respuesta o con respuesta muy dura. ¿Es posible que un hombre sea capaz de matar a otro que no conoce y del que no sabe nada en absoluto? ¿Es posible destruir su casa, matar a sus hijos, mutilar a su pareja, pisotear a sus padres? ¿Es posible que el mundo, que el resto de los seres humanos, de las personas decentes callen, consientan y sigan con sus vidas como si nada estuviese pasando? Se dijo cuando las matanzas nazis, cuando la brutal represión franquista, no basta con la orden de un generalísimo, no es suficiente con la bendición de un cardenal, no se hace sólo con la predisposición de una manada de locos fanatizados, no, es menester una cadena sin mellas que funcione a la perfección desde las más altas esferas del mal hasta los estratos más bajos, es necesario el silencio de los que trasmiten órdenes, de los telegrafistas, de los telefonistas, de los que reparten el correo, es imprescindible el empeño de los que investigan para encontrar armas más mortíferas, de los transportistas que las llevan a su lugar de destino, de los voluntarios que las cargan en los aviones y en los drones, el entusiasmo de quienes las dejan caer sobre los pueblos, sobre los viejos, los jóvenes, los niños, los enfermos, los médicos, los heridos, los maestros, los albañíles, los fruteros, los arquitectos, los desoficiados.
Cuando el hombre es capaz de identificarse plenamente con los patrones evolutivos del resto de animales, los supera en violencia y crueldad de manera exponencial
Es absolutamente necesario que todos los que participan en esa terrible cadena del horror hayan emprendido el camino de la deshumanización, de la indecencia más supina, de la crueldad más animal, esa que permite almorzar y rezar sobre las barrigas despanzurradas de una familia a la que acabas de reventar con tu fusil, reírte de sus gestos de dolor, tirotear al herido que todavía se mueve y volver a casa para ver el partido de fútbol que dan en la tele. Pero no menos preciso es el silencio de quienes sin tener nada que ver con la matanza, callan y continúan con su tristeza o su alegría, con sus risotadas o su mansedumbre, con su despiadada forma de ser y existir. Cuando el hombre es capaz de identificarse plenamente con los patrones evolutivos del resto de animales, los supera en violencia y crueldad de manera exponencial. El hombre, bajo esas coordenadas, es capaz de imaginar formas de crueldad, de hacer daño que nunca se le ocurriría a ningún animal por muerto de hambre que estuviese. El hombre evoluciona, pero sus parámetros deben ser otros porque hasta la fecha es el único ser vivo que puede influir en su propia evolución, para bien y para mal. Cuando prescinde de los elementos que lo hacen avanzar para mejorarse a sí mismo y mejorar a quienes viven o vivirán en el mismo planeta que él, es entonces cuando la barbarie se adueña de la especie y surge Trump, y aparece Netanyahu, y se perpetúa Putin, y comienzan a salir monstruos por todos los rincones de la tierra con el apoyo enfervorizado del populacho envilecido que de nuevo pide sangre y palos, palos y sangre, para dar satisfacción a su ignorancia, a su atraso, a su incapacidad extrema para la piedad, la conmiseración y la Justicia.
Si se pierde la capacidad de espantarse ante el horror, ante el abuso, ante la barbarie, lo que sucede es que estamos retrocediendo décadas en la evolución humana
Sin saber cómo durante las dos últimas décadas, coincidiendo con la aparición de las redes sociales y del nuevo Dios llamado móvil entre nosotros, de su encumbramiento, se ha multiplicado tanto el número de bárbaros como el de indolentes, es decir de personas que consideran que todo lo que necesitan está dentro del celular y que la vida fuera de él no merece la pena. Es gente que probablemente, sin esas tecnologías habría llevado una vida parecida pero menos notoria, menos nociva para el progreso de todos. Esa masa amorfa ha ido tomando forma reaccionaria gracias a los mensajes repetidos por redes y medios, al tiempo que perdían facultades sensitivas, sobre todo aquellas relacionadas con la empatía, con la comprensión e interiorización del sufrimiento ajeno. Que se jodan, suelen decir. Si se pierde, como se está perdiendo la capacidad de espantarse ante el horror, ante el abuso, ante la barbarie, lo que sucede es que estamos retrocediendo décadas en la evolución humana, que estamos regresando a etapas ya superadas, que vuelve un tipo de hombre, sí sobre todo del hombre, masculino, capaz de no temblar ni dejarse afligir por el sufrimiento humano, ni siquiera por lo que están haciendo israelitas y yanquis en Gaza, que es simplemente traer a un trozo muy pobre y muy pequeño de la Tierra el infierno inexistente de la Biblia. Si ningún pueblo del mundo, si ninguna autoridad civil o religiosa es capaz de mandar parar, si los ciudadanos del mundo no somos capaces de ir en masa a Palestina y decir esto se ha acabado, si ni siquiera tenemos fuerza para organizar un boicot contra los productos de esos dos países, si seguimos nuestras vidas como si nada pasara, ofuscados con los bulos y los infundios que nos regalan a diario, si continuamos contemplando la destrucción implacable de un trocito de tierra, la matanza brutal de decenas de miles de personas, la mutilación de niños, el exterminio de un pueblo, es que hemos descendido al nivel más bajo de la escala animal, a ese al que el resto de los animales no pueden bajar.