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El plan de rearme aprobado por la Unión Europea supone una militarización urgente que no facilita la autonomía estratégica europea respecto del poderío militar estadounidense y su complejo militar industrial, del que dependen dos tercios de sus armas y su adquisición inmediata. No tiene suficiente legitimidad social.
Acabo de publicar el libro “Encrucijadas. Para la democracia, las izquierdas y el feminismo”, donde explico la incertidumbre vital, sociopolítica y cultural sobre el presente y el futuro inmediato, con riesgos de involución social y democrática, así como los desafíos para la izquierda transformadora. Aquí, desarrollo un aspecto: el reequilibrio geopolítico por la estrategia trumpista y el rearme europeo.
El discurso actual de la autonomía estratégica europea responde al objetivo de justificar más rearme y militarismo, no al distanciamiento respecto de los intereses imperiales de EEUU y la OTAN, con otro modelo de paz y seguridad. Se trata de una involución histórica que desacredita a las élites dirigentes europeas y que se podría agravar en la medida de que se ejerciese un autoritarismo agresivo.
El riesgo es el de mayor inseguridad mundial, más a medio plazo, con el refuerzo y el reequilibrio de poder de los imperios y con la posibilidad de una confrontación nuclear; además de no abordar los grandes problemas de seguridad vital de las poblaciones, como la desigualdad social, la desprotección y la crisis climática. Se afianzará la desafección hacia esas élites gobernantes que relativizan el contrato social, el Estado de bienestar, la democracia y la colaboración entre países.
En Ucrania hay un empate estratégico que apunta hacia la terminación de la guerra y el alto el fuego. La amenaza de más guerra con Rusia no es creíble, ni sirve de justificación para el rearme militar de Europa, cuya legitimidad no puede conseguirse ante la ciudadanía europea. Además, los países europeos ya tienen el triple de presupuesto en defensa respecto al de Rusia, y suficiente capacidad disuasoria, incluida la nuclear, aun con sus dificultades de interoperabilidad o de mando único y autónomo europeo, hoy adjudicado a la OTAN y subordinado al mando estadounidense.
EEUU no está interesado en abandonar o liquidar la OTAN. Sigue siendo un instrumento útil para reforzar su hegemonía mundial. Lo que pretende, junto con su fiel aliado, el Reino Unido, es doble. Por un lado, garantizar el cumplimiento por Europa del incremento de su aportación y gasto militar -hasta el 5% del PIB desde el actual 2%, pasando por el inmediato 3%-. Por otro lado, subordinarla a sus objetivos geopolíticos en el Asia-Pacífico -con el permiso de Oriente Próximo-, con el aislamiento de China.
Lo que queda del plan de rearme o de seguridad armada, es el beneficio para las oligarquías del complejo militar industrial, sobre todo estadounidense, el autoritarismo de las élites gobernantes en un nuevo proceso de control social securitario, la subordinación de las mayorías sociales a una dinámica de reconstitución del ultraliberalismo neocolonial, precarizador, racista y extractivo.
El retroceso es para los derechos sociales, feministas y medioambientales y las condiciones habitacionales y laborales, así como para la degradación de la vida democrática y ética de las instituciones. Esa trayectoria armamentística va en contra de un arraigado principio europeo; lo hemos llamado ‘seguridad social’ y vital, en un marco de igualdad, libertad y solidaridad, no de rearme e imposición de la fuerza; se trata de protección ‘pública’, no ‘militar’.
Lo que interesa destacar aquí es que el rearme europeo, incluida su concreción en España, esta exigido por EEUU, su necesidad también es compartida por las élites europeas, y solo obedece a la lógica de garantizar a Occidente la primacía mundial, ante su declive económico-político y los desafíos del Sur Global. La pretendida autonomía estratégica europea es muy limitada ante esos planes compartidos en el seno de la OTAN.
Esa política no impide la involucración europea en una deriva belicista, con un refuerzo autoritario. Supondrá el descenso de los recursos para una imprescindible agenda social, así como para la cooperación y el desarrollo mundial, extraños a proyectos imperiales periclitados, apoyados en la fuerza militar.
Este giro militarista generará más desafección sociopolítica; hacerle frente, con más autoritarismo y protagonismo de las fuerzas reaccionarias, supondrá el agravamiento de la crisis social y política en Europa, así como el descrédito moral y político de las élites gobernantes, como muestra su complicidad con el genocidio palestino. Hay que refundar el modelo social y democrático europeo, que goza de una gran legitimidad cívica y que hoy está cuestionado por el poder establecido.
El problema de fondo es corregir su orientación pro imperial, acomodada al expansionismo estadounidense y su liderazgo, por otro modelo autónomo basado en la mejor tradición europea, democrática, pacifista, social y de cooperación internacional. Pero para ello no se necesita más rearme, militarización y estrategia belicista, que es lo que se ejecuta sin la legitimidad cívica.
El rearme, aunque se vista de seguridad y protección, no tiene justificación, ni es permisible con determinadas condiciones, sea de una limitada autonomía estratégica -siguiendo la pauta otanista- o de una mayor unidad política de las élites, difícil de articular. Este rearme europeo tiene una lógica geopolítica imperial y neocolonial frente al Sur Global y, a nivel interno, refuerza el autoritarismo y la regresión social. La oposición al rearme es justa. Las sociedades europeas prefieren otro orden internacional y democrático.