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sábado. 24.05.2025
CINEASTAS | CENTENARIO

Un siglo de Sam, un siglo de la catarsis

Muy pocos lo conocieron tal y como era, y no porque no lo intentaran, sino porque él nunca permitió que supieran quién era de verdad.
Sam Peckinpah durante el rodaje de 'La balada de Cable Hogue'.
Sam Peckinpah durante el rodaje de 'La balada de Cable Hogue'.

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Torres-Remírez | @jostorresremrez

El 21 de febrero del 2025 pasó sin pena ni gloria. Casi ningún cinéfilo, y escasos programas sobre cine, recordó el centenario del nacimiento de uno de los grandes directores: Sam Peckinpah.

Muy pocos lo conocieron tal y como era, y no porque no lo intentaran, sino porque él nunca permitió que supieran quién era de verdad. Peckinpah era una persona romántica, preocupada por los valores de una sociedad que se estaba desmoronando y padecía la peor de las enfermedades: nostalgia sobre un tiempo que nunca vivió. Todo esto se plasma en sus películas, pero Sam o “Bloddy Sam” como le rebautizaron tras el estreno de “The Wild Bunch” (1969), no soportaba hablarlo directamente y eso provocó que expulsara a la gente de su lado, ocurrió con numerosos amigos cercanos, colaboradores y gente que de verdad le quería. Aislándolo, hasta quedarse sólo consigo mismo (y sus adicciones). Este rasgo es lo que explica que en vida no fuera más popular, y en la muerte su figura se haya desdibujado y casi olvidado. Gracias a Dios nos quedan sus películas, por lo que aún podemos disfrutar de su poesía, de sus creaciones, del verdadero Sam Peckinpah.

Peckinpah era una persona romántica, preocupada por los valores de una sociedad que se estaba desmoronando y padecía la peor de las enfermedades: nostalgia sobre un tiempo que nunca vivió

Es imposible en un solo texto abarcar la complejidad de un hombre tan atrayente como autodestructivo, pero hay que intentarlo, porque si algo se aprende de las películas de Sam es que hay dos clases de hombres, los que ante un reto se quedan y los que se van. Hay que ser de los primeros. No puedes ser una persona de fiar, un amigo fiel, un hombre de palabra si no te quedas. Huir nunca es la solución, aún sabiendo que el final está cerca, quedarse siempre es la respuesta. No te plantas ante la dificultad por cabezonería, sino por un ideal. Por los valores que ahora nadie defiende, como diría Horacio “Qué mejor manera de morir que por la tumba de tus antepasados y los templos de tus dioses”.

A Sam siempre le acusaron de violento, desde su primera y fallida película: “Compañeros Mortales” (1961), hasta la última “Clave Omega” (1983), sin embargo, nunca se entendió el fondo de esa violencia. No era la violencia gratuita y sin sentido a la que nos hemos acostumbrado en las películas actuales. En sus películas la violencia tiene un sentido, una razón de ser. Es la causa de que la gente incumpla lo prometido. De que el mal, personalizado en alguien amoral que no ilegitimo, se salga con la suya, y entonces sólo hay un camino, plantar cara y luchar. Luchar contra todos y contra todo, aún siendo un suicidio, porque sólo por las causas perdidas merece la pena luchar hasta la muerte. Un sentimiento, por cierto, muy quijotesco, muy español. Lanzarse contra molinos sin temor alguno. Los sanchos de la vida dirán que es una locura, Peckinpah y Cervantes no. Ellos crearon a los personajes que hacen lo imposible, lo que nadie más se atreve. Y todo por un ideal. 

Sam hubiera cumplido cien años, pero sus valores, aquellos plasmados en la pantalla siguen vivos

Sólo catorce películas son su filmografía, pero cada una de ellas esenciales en el cine de la época y con ecos en películas posteriores. Muchos se lamentan de “la película que le faltaría” a Peckinpah, pero no hay que pensar en lo que no fue, sino en lo que es. Claro que al revisar la vida del director californiano descubrimos media docena de guiones que no llegaron a cuajar, si hacemos caso a su biógrafo Garner Simmons, y nos preguntamos cómo hubieran sido. Por supuesto que la versión de “El rey del juego” de Peckinpah hubiera sido distinta a la de Norman Jewison. Y hubiera sido una locura llevar a la gran pantalla el guion/novela “Operación Doble Dos” que ideó con nuestro irado (y siempre infravalorado por la crítica) Gonzalo Suárez. Sin embargo, si tenemos los catorce peliculones que pudo dirigir es exactamente porque el resto no salió. Hay que valorar su filmografía como un todo, aunque tenga una película tan mala como “Los aristócratas del crimen” (1975). 

Peckinpah no sólo es el referente en el que se miran directores como Tarantino, Monte Hellman o el desaparecido Tony Scott. Sin Sam y su valentía al romper el molde en el cine, no hubiéramos tenido las películas de John Milius o Herzog. Boorman no se hubiera atrevido a dirigir “Defensa” (1972) o Aldrich “El emperador del norte” (1973). 

Quizás no hay una manera mejor de acordarse de este director que con el personaje que interpretó en la única película en la que fue actor: “Clayton Drumm” (1978). En ella hace de un pobre escritor que va recogiendo en libros hazañas de otros, no para mayor gloria personal, sino para que no caiga en el olvido lo que hicieron y por lo que lucharon. Nunca un personaje fue tan parecido a la persona. Él recogía las historias de perdedores, no para mayor gloria personal, sino para que todo el mundo supiera, por qué luchar. 

Sam hubiera cumplido cien años, pero sus valores, aquellos plasmados en la pantalla siguen vivos.


“See you later my friend” 
Gil Westrum (Ride in the high country)

Un siglo de Sam, un siglo de la catarsis