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Miguel Ángel Leija | @CinemaCuarenten

En un país donde las cifras de personas desaparecidas superan los límites del horror cotidiano, Arillo de hombre muerto irrumpe con fuerza como una ficción que, por momentos, duele más que la realidad. Sin necesidad de aspavientos ni discursos incendiarios, la película nos sumerge en una historia íntima pero profundamente política: la de una mujer que busca respuestas en un país que se especializa en negarlas. Con errores, sí, pero también con momentos de gran potencia, esta ópera prima confirma algo importante: el cine mexicano tiene mucho que decir… y cada vez menos miedo de hacerlo.
Nos encontramos con Dalia (interpretada por Adriana Paz), una conductora del metro en la Ciudad de México y madre de dos hijos. Su rutina se fractura abruptamente cuando su esposo desaparece sin dejar rastro.
Arillo de hombre muerto es una muy buena película independiente, con suficientes virtudes como para justificar su visionado y celebrar su existencia
A partir de ese momento, la película nos acompaña por un doble camino: por un lado, la indolencia institucional y social ante un caso de desaparición; por otro, la transformación interna de una mujer que debe enfrentarse al vacío, al miedo y al desgaste emocional de una búsqueda interminable. Entre pasillos del metro, trámites burocráticos y vínculos quebrados, Dalia trata de encontrar respuestas en un entorno que, más que ayudar, la señala y la ignora.
Uno de los grandes aciertos de Arillo de hombre muerto es su capacidad de mantener el interés durante toda su duración. Navega con agilidad entre el cine detectivesco y el drama íntimo, y logra explorar con sensibilidad temas como la soledad, la maternidad, la incertidumbre y la revictimización. La tensión nunca decae, incluso cuando la historia toma decisiones cuestionables.
A pesar de esto, el mayor problema de la película radica en su indecisión narrativa: desde el inicio se abren dos caminos temáticos —una crítica a las instituciones mexicanas y un retrato emocional del duelo— pero la película no termina de comprometerse del todo con ninguno. Cuando parece que ha optado por explorar el viaje interno de la protagonista, insiste en insertar escenas que buscan ser denuncia social, pero sin el desarrollo o la fuerza suficiente para sostener esa línea. El resultado es una narrativa que se siente dividida y, por momentos, incompleta.
El apartado actoral es uno de los mejores aciertos de la película: Adriana Paz entrega una interpretación profundamente contenida y conmovedora
A esto se suman algunos errores de guion, como una llamada telefónica que empuja la historia hacia adelante sin justificación lógica, o una subtrama sobre un posible asesino que se presenta con fuerza (puntos extras a la escena) y luego desaparece por completo, sin resolución ni impacto real. El final, aunque emocionalmente adecuado, recurre a un recurso demasiado obvio, lo que resulta una pequeña decepción considerando otras decisiones creativas mucho más interesantes a lo largo del filme.
Visualmente hablando, el uso del blanco y negro en la fotografía es uno de los elementos más efectivos del largometraje. No solo contribuye a la construcción de una atmósfera opresiva, sino que refleja con fuerza el estado emocional de sus personajes. La Ciudad de México, y en particular su sistema de transporte subterráneo se convierte aquí en un escenario original y lleno de simbolismo: un espacio de tránsito constante donde la protagonista parece siempre al borde de perderse (palabra importante en la película…).
El apartado actoral es uno de los mejores aciertos de la película: Adriana Paz entrega una interpretación profundamente contenida y conmovedora, enfrentando escenas de gran carga emocional donde la cámara permanece fija a escasos centímetros de su rostro. A su lado, Noé Hernández aporta una intensidad distinta pero igual de poderosa: en sus breves pero contundentes apariciones, logra transmitir culpa, tensión y ternura en planos cerrados que lo exigen al máximo.
En conclusión, Arillo de hombre muerto es una muy buena película independiente, con suficientes virtudes como para justificar su visionado y celebrar su existencia. Aunque tropieza al intentar abarcar más de lo que puede, el retrato íntimo que construye sobre el dolor de una mujer frente a la desaparición de su esposo es honesto, conmovedor y profundamente humano. Su director muestra un futuro prometedor, y actrices como Adriana Paz consolidan, una vez más, su lugar entre lo mejor del cine mexicano actual.