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Miguel Ángel Leija | @CinemaCuarenten

El cine mexicano ha encontrado en las historias íntimas una forma poderosa de explorar su identidad, y Déjame estar contigo es un claro ejemplo de ello. Bajo la dirección de Isaac Cherem, la película se presenta como un romance contemporáneo capaz de hacer llorar a cualquiera, pero bajo su aparente sencillez –con todo y sus errores– esconde una reflexión profunda sobre la migración, el clasismo y las fronteras físicas y emocionales que moldean la identidad mexicana.
Su mirada sobre la migración, la distancia y el amor la convierten en una propuesta interesante que vale mucho la pena ver en cines
La trama sigue a Lucía (Andrea Sutton), una joven que enfrenta una enfermedad incurable, y a Bruno (Aksel Gómez), un chico de 18 años recién deportado de Estados Unidos que se encuentra sin hogar en la Ciudad de México. Sus vidas se entrelazan a través de una llamada telefónica fortuita, dando inicio a una relación que navega entre la esperanza y la adversidad.
Así, nos encontramos metidos de lleno en una historia de amor que, por más que el puro argumento nos cuente toda la película, cumple con su cometido, regalándonos una hora y media de emoción, risas y llanto.
Centrándonos en los demás aspectos de la película es donde encontramos sus fracturas. Visualmente, la cinta juega constantemente con dos estilos de cámara: el tradicional y el de celular. Este es un recurso acertado, ya que aporta un punto de realismo que refuerza la autenticidad de los personajes y se acomoda muy bien con la historia. Sin embargo, esto no sucede así con la decisión de meter zooms abruptos a en muchas escenas de la primera mitad de la película, que distraen en vez de sumergir al espectador.
La trama nos va preparando lentamente para un cierre sincero, sin trucos ni giros efectistas, logrando un impacto genuino que deja una sensación de calidez en el espectador
También nos encontramos con una edición deficiente que dificulta la comprensión espacio-temporal de la historia. Hay momentos en donde no queda claro en dónde estamos, como tras la deportación de bruno al inicio de la película, ¿cuándo llegó a Ciudad de México? ¿No dijeron que lo iban a mandar a una ciudad fronteriza? El paso del tiempo se siente errático porque una semana puede pasar en apenas 5 minutos y posteriormente vemos muchísimos hechos para enterarnos media hora después que todo pasó en un día.
En cuanto a las actuaciones, Andrea Sutton y Aksel Gómez cumplen con lo necesario, pero se ven perjudicados por un guion con momentos débiles. La naturalidad de los diálogos fluctúa; mientras que algunas escenas logran transmitir una emotividad genuina (como el primer encuentro telefónico con la hermosa frase “no te voy a colgar”), otras caen en la artificialidad, como el primer diálogo de Lucía o el enfrentamiento de Bruno con su jefa. La comedia, por su parte, es el mayor desacierto del filme. Las escenas con Regina Blandón desentonan completamente con el tono general, y sus intentos de alivio cómico resultan forzados, restando impacto a la historia principal.
El uso de la música es otro elemento irregular. Aunque la última canción encapsula de manera hermosa la emotividad del desenlace, hay otras selecciones musicales que se sienten intrusivas y poco inspiradas. En particular, la canción que suena durante la primera llamada de los protagonistas se siente como un recurso obvio y manipulativo, más preocupado por dictarle al espectador qué debe sentir que por construir una atmósfera sutil.
A pesar de estos defectos, el final de la película es espectacular. La trama nos va preparando lentamente para un cierre sincero, sin trucos ni giros efectistas, logrando un impacto genuino que deja una sensación de calidez en el espectador. Y sí, las lágrimas no faltarán. Es en su desenlace donde la película realmente brilla, recordándonos que, incluso en un mundo marcado por la incertidumbre, hay conexiones que trascienden cualquier frontera.
En conclusión, Déjame estar contigo es una película imperfecta, pero con corazón, que encuentra sus mejores momentos en la sutileza de su historia y en su honesta representación de la identidad mexicana. A pesar de sus fallas, su mirada sobre la migración, la distancia y el amor la convierten en una propuesta interesante que vale mucho la pena ver en cines.