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Aleix Sales | @Aleix_Sales

¿El lugar donde nacemos determina nuestro camino vital o podemos modificarlo? Esta es una de las bases que plantea sutilmente Sujo, asociación de dos cineastas mexicanas pujantes como son Fernanda Valadez, quien pegó fuerte con Sin señas particulares (2020), y Astrid Rondero, quien debutó con Los días más oscuros de nosotras (2017). Con un estilo plenamente naturalista que remite al Buñuel de Los olvidados (1950), aunque con pequeñas fugas oníricas, las directoras cuentan la historia de un niño, hijo de un sicario, que se queda huérfano en una de las zonas más hostiles de México. Criado en el campo, al entrar en la adolescencia se encuentra agarrado por el ambiente delincuente que siempre ha conocido, mientras se le aparece la posibilidad de estudiar.
Cuando la obra ya entra más en materia, el film se encauza y llega con mayor fortuna a su propósito
Sujo, que es el nombre del protagonista, supone pues un coming-of-age de cocción lenta que narra hasta el punto de situar al personaje en esta dicotomía de seguir la corriente del entorno habitual o salirse de ella. Y lo hacen sorteando la explicitud de una película de narcos y preocupándose por el viaje interior del chico. Este acercamiento más alternativo es su virtud y a la vez su talón de Aquiles, ya que ofrece un punto de vista más novedoso pero, sin embargo, ensimismado, en especial en su primera mitad. Por eso falta fuerza y arrebato en una historia tan convencional como potente, debilitando la solidez de sus dos horas de un metraje a todas luces alargado. Cuando la obra ya entra más en materia, especialmente con la entrada del personaje de Sandra Lorenzano, el film se encauza y llega con mayor fortuna a su propósito.
Acertando al apostar por la contención a la hora de abordar su temática, con lo cual huye de tremendismos y lo lacrimógeno propio del otro lado de la frontera norte del país, Sujo es esperanzadora y positiva dentro de la crudeza de su retrato.