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El Imperio español se extendía por América y por Filipinas en el año 1558, además de haberse anexionado los territorios del Imperio de Portugal por derechos sucesorios.
El interés de España por Inglaterra era geopolítico, al ser un reino de importancia que podría ser un perfecto paraguas para sus posesiones en los Países Bajos frente a ataques ses o rebeliones protestantes.
- La estrategia
- Los planes de Isabel
- Cambio de mando de la Armada y la partida
- El canal de La Mancha
- La isla de Wight
- El paso de Calais
- El mar del Norte
- El regreso rodeando las islas británicas
- ¿Cuál fue el resultado para las dos flotas?
Felipe II contrajo matrimonio con la reina católica de Inglaterra, María I, de modo que el hijo que tuvieran pudiera reinar en España y en Inglaterra. María I, a instancias de su consorte, Felipe II, comenzó a construir una armada inglesa moderna, bautizando al primer barco como Felipe y María en conmemoración de su casamiento.

María I falleció en el año 1558 sin dar a Felipe II un heredero, lo que llevó a la hermanastra de María, la reina Isabel I de Inglaterra, a acceder al trono. Debemos saber que a Felipe II no le gustaba Inglaterra por su clima y porque no apoyan el catolicismo.
Isabel comenzó a reinstaurar la reforma anglicana en Inglaterra y Felipe II intentó detener el proceso y asegurarse la alianza con Inglaterra, proponiéndole matrimonio a la que fuera su cuñada, proposición que fue rechazada.
Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra convivieron de manera pacífica durante su primera década de reinado. España había sufrido constantes ataques en sus virreinatos de ultramar y de sus barcos mercantes por parte del pirata John Hawkins y de su primo sir Francis Drake, que actuaban con expediciones financiadas por Isabel I, pero sin perder su condición de piratas y tratantes de esclavos africanos.
Hawkins y Drake, practicaban su actividad corsaria en las costas del Nuevo Mundo en el año 1568, pero en una tormenta, buscaron refugio en un puerto de Nueva España en el año 1568.
España vio la ocasión para atacarles y acabar con ellos. Se libró la batalla de San Juan de Ulía, que se saldaría con una victoria española. Isabel respondió a este ataque a naves inglesas atacando cinco galeones españoles cargados de oro.
El Papa Pío V promulgó una bula en el año 1570 que excomulgaba a Isabel I y autorizaba a cualquier católico para asesinarla y a cualquier monarca católico para destronarla.
Felipe II no se mostró interesado en dicha acción, pero el agente papal italiano Roberto di Ridolfi acabó presentándose ante la Corte de España y propuso al rey una conspiración para asesinar a Isabel I y sustituirla por la reina de Escocia, María Estuardo, de religión católica.
El rey de España mandaría diversos agentes a Inglaterra para incitar a la rebelión, pero esta jamás llegó a estallar porque los espías de Isabel descubrieron el complot.
Isabel decidió iniciar un contraplán para dar dinero y tropas a los rebeldes protestantes de los Países Bajos. A partir del año 1572, Isabel comenzó a financiar las expediciones corsarias de Hawkins y Drake en las costas del Caribe, capturando botines de ciudades españolas.
Drake atacó diversos puertos de Galicia en el año 1585, atentando contra iglesias y matando a curas y a monjas, lo que motivó la acción de Felipe II de atacar por fin a Inglaterra.
Ante esta situación, Felipe II tuvo la idea de crear la armada invencible desde su residencia del monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Esta idea se desarrolló a través de numerosos escritos a sus secretarios.
El intento de conquista de Inglaterra se basaba en apoyo del catolicismo, por unos supuestos derechos dinásticos que eran muy débiles sobre Inglaterra. Para ello, el marqués de Santa Cruz debía crear una gran armada y a partir del año 1585 se fueron concentrando en Lisboa una gran cantidad de barcos.
Fue una expedición militar marítima que, tras el triunfo en la batalla de Lepanto y la consolidación del poder español en Europa, fue planificada por el monarca español Felipe II para destronar a su contraparte Isabel I e invadir Inglaterra.

El ataque que llevó a cabo ocurrió en el contexto de la guerra anglo-española de los años 1585 al 1604, y aunque fracasó, la guerra se prolongó dieciséis años más y terminó con el Tratado de Londres del año 1604, que era favorable a los intereses de España.
Felipe II decidió articular el ataque conjuntamente y de manera compleja desde los puertos del litoral atlántico español de Andalucía a Guipúzcoa pasando por Portugal, desde donde zarpó el grueso de la flota, Galicia, Asturias, Santander y Vizcaya y desde las posesiones españolas en los actuales Países Bajos.
Las naves enviadas desde la península Ibérica participarían en el combate, mientras que las fuerzas españolas que salieran simultáneamente desde los Países Bajos, con los Tercios de Flandes, se encontrarían entre el canal de la Mancha y el mar del Norte con las que habían partido de la península Ibérica, con el objetivo de desembarcar en Inglaterra.
Esta invasión no pretendía la anexión de las islas Británicas al imperio español, sino la expulsión de Isabel I del trono inglés, y respondía a la ejecución de María Estuardo, a la política antiespañola de piratería y a la guerra de Flandes.
Debía dirigir la escuadra el almirante de Castilla, Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, pero falleció poco antes de la partida de la flota, y le sustituyó a toda prisa, Alonso Pérez de Guzmán, que era VII duque de Medina Sidonia y no contaba con experiencia en el mar. Estaba compuesta por 137 barcos que zarparon del puerto de Lisboa, y de ellos, 122 barcos entraron en el canal de la Mancha.

Las malas condiciones meteorológicas en el mar causaron el naufragio de muchas naves. Sin embargo, 87 barcos que representan unas dos terceras partes de la flota regresaron a España sin haber cumplido su misión de derrotar a las fuerzas inglesas y de favorecer el ataque desde Flandes.
Debemos saber que Inglaterra llevó a cabo una expedición militar en el año 1589, para destruir los barcos españoles que estaban siendo reparados en La Coruña, Santander y San Sebastián, así como para iniciar una insurrección antiespañola en Lisboa. Esta expedición fue conocida como la Invencible inglesa y también fracasó en sus objetivos.
La estrategia
Felipe II ó con el duque de Parma, Alejandro Farnesio, que gobernaba los Países Bajos, y con el marqués de Santa Cruz, Álvaro Bazán, almirante de la flota de Lisboa, para pedirles un plan de invasión de Inglaterra.
El plan de Álvaro de Bazán era mandar una gran flota que desembarcara en Gran Bretaña y procediera a la invasión. Por su parte, la estrategia de Farnesio era una ofensiva relámpago a Londres por parte de los Tercios de Flandes. Felipe, en lugar de decidirse por uno, ordenó que ambos planes fueran combinados.
El marqués de Santa Cruz debía salir de Lisboa a cargo de una gran flota y se reuniría con Alejandro Farnesio, cuyos 30.000 hombres desembarcarían en el condado de Kent y sitiarían Londres. Esa zona era propicia, ya que no había fortificaciones entre la costa de Kent y Londres.

Los planes de Isabel
Isabel I fue informada por sus espías de los planes de invasión de Felipe II. Inglaterra había fundado una Comisión Real para la Armada desde el año 1583, que continuó la labor de modernización de la armada inglesa iniciada por María I.
Todos los buques antiguos como el Felipe y María que fue construido durante el anterior reinado de Felipe II como rey consorte de María I y rebautizado como el Nonpareil se reacondicionaron para mejorar su velocidad, y todos los nuevos buques se diseñaban para ser más rápidos, presentando una proa más baja, castillos de popa, líneas más pulidas y cubiertas de cañones más largas.
A fin de ganar tiempo para disponer sus defensas, Isabel ordenó a sir Francis Drake atacar la bahía de Cádiz, donde se estaban construyendo barcos de la Gran Armada española.
El ataque de Francis Drake, conocido como la expedición de Drake del año 1587, destruyó o capturó cerca de 100 buques españoles, lo que interrumpió notoriamente los preparativos españoles y retrasó los trabajos cerca de un año.
Cambio de mando de la Armada y la partida
Felipe II veía que la flota se había convertido en un enorme gasto financiero y apresuró a Álvaro de Bazán para que atacara Inglaterra. Sin embargo, el nueve de febrero del año1588, Álvaro de Bazán murió en Lisboa aquejado de tifus, dejando a la Armada sin almirante.
En la capital portuguesa no se encontraba ningún marino con un prestigio social a la altura de Bazán para liderar una empresa de esa envergadura, de modo que Felipe II recurrió al duque de Medina Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán.
El diecinueve de febrero del año 1588, recibió el anuncio de la muerte del marqués de Santa Cruz y la orden de partir a Lisboa. El duque de Medina Sidonia carecía de experiencia naval y no se consideraba el hombre indicado para el proyecto. En cartas enviadas al rey se puede leer en concreto:

“V. M. me mandó viniese a Lisboa a aparejar esta armada y traerla a mi cargo. Y en aceptar la jornada propuse a V.M. muchas causas propias de su servicio, por do no convenía el que yo la hiciese, no por rehusar el trabajo, si no por ver que se iba a la empresa de un reino tan grande y tan ayudado de los vecinos y que para ello era menester mucha más fuerza de la que V.M. tenía junta en Lisboa.
Y así rehusé este servicio por esta causa. Y por entender que se facilitaba más a V.M. el negocio de lo que algunos entendían, que solo miraran a su real servicio, sin más fines.
Así, lo fácil de comprender en este caso eran sus preocupaciones en relación con la premura que exigía el rey y el mal estado de aquella armada. Una armada mal pertrechada, sin el personal necesario ni el apropiado.
Una armada diseñada apresuradamente que él tenía que disponer en un demasiado corto espacio de tiempo y sin apenas hombres (9000). Dice en un informe (ortografía original):
... aunque ayan escrito a V.M. de aquí, que esta armada estaba tan a punto y en orden que podría partir dentro de pocos días, después que yo he llegado la he hallado tan diferente de esto, que fuera imposible poderse hacer, pues todo lo que yo he hecho después que llegué y lo que se va haciendo es tan necesario, que si no se hiciera dentro del puerto, fuera la armada a mucho riesgo, porque toda la artillería se ha mudado, por ser imposible poder servirse de ella de la manera que estaba puesta, y otras muchas cosas de esta calidad que han sido menester de mudarse”.
Felipe II no recibió las cartas del duque declinando el cargo que le ofrecían, ya que los consejeros del rey las interceptaron y le respondieron que negarse a semejante misión le desacreditaría para siempre. Recibida esta respuesta, el duque se dirigió a Lisboa a cumplir con lo encomendado.

Al cabo de seis semanas de haber ejercido el mando, la Armada se hizo a la mar. La armada incluía 19.000 infantes, 7.000 marineros, 1.000 caballeros de fortuna, 180 clérigos y 130 barcos.
El veinticinco de mayo del año 1588, el duque de Medina Sidonia mandó un correo al duque de Parma, en los Países Bajos, para informarle, de que la gran flota se hacía a la mar. Recomendaba en su correo que se dispusiera a preparar las tropas terrestres para la invasión de Inglaterra.
El veinticuatro de junio, las galernas dispersaron la flota frente a La Coruña, empujando a algunos barcos hasta el sureste de Inglaterra, y a otros hacia el golfo de Vizcaya. Llevó más de un mes volver a reunir la flota.
Por su parte, el duque de Medina Sidonia volvió a aconsejar una vez más al rey que desistiese de la empresa o que le relevase del mando, a lo que el rey respondió airado que se dedicase a lo que le tocaba hacer.
Los ingleses enviaron a la desesperada una flota de guerra destinada a enfrentarse a la flota española mientras ésta se hallaba amarrada en La Coruña, pero las condiciones meteorológicas eran tan malas que los ingleses ni siquiera consiguieron llegar a España y hubieron de regresar a sus puertos.
A partir del veintidós de julio, cuando alcanzaron el golfo de Vizcaya, las fuertes tormentas y el estado de la mar provocaron que para el veintiocho del mismo mes una parte de la flota, sobre unos cuarenta barcos se hubieran perdido y separado del resto. Tuvieron que pasar otros dos días más para que los barcos perdidos regresaran al grueso de la flota.

Desafortunadamente fueron avistados por el barco inglés Golden Hind, quien tuvo tiempo de dar la voz de alarma mientras la armada española aún se recomponía. Cuando la Armada alcanzaba la altura de Fowey, el veintinueve de julio del año 1588, los faros costeros ingleses ya anunciaban su presencia.
Sin embargo, la flota inglesa fondeada en Plymouth no tenía posibilidades de zarpar, ya que ni el tiempo ni la mar se lo permitían en ese momento. Con la brisa en contra y la subida de la marea, la flota inglesa se encontraba atrapada en el puerto. Además, en esos mismos instantes la Armada española navegaba viento a favor, a barlovento.
El almirante Juan Martínez de Recalde, que era el segundo comandante de la Armada, reparó en que la flota inglesa se encontraba atrapada en su propio puerto sin posibilidades de zarpar y avisó al duque de Medina Sidonia para que realizara un ataque a gran escala al puerto de Plymouth.
Sin embargo, Medina Sidonia debía dirigirse a los Países Bajos a reunirse con el duque de Parma y juntarse con las tropas de Flandes, y había recibido órdenes estrictas de no atacar a los ingleses a no ser que se viera obligado a ello. Esto pudo interpretarse como que siempre actuó eligiendo la mejor y más coherente de las opciones para la flota.

El canal de La Mancha
Los ingleses lograron sacar 70 naves del puerto de Plymouth ayudados con botes de remos y, amparados por la oscuridad, la noche del treinta de julio rodearon a la armada española, gozando de la ventaja de situarse a barlovento.
El treinta y uno de julio, la flota inglesa comenzó a avasallar tímidamente a la Armada española y, al margen de los primeros os y estimación del poderío adversario, se realizaron por la parte inglesa los primeros ataques con tímidos cañoneos a larga distancia.
La Armada española adopta una formación de media luna, con los barcos más robustos en la vanguardia y los más frágiles protegidos en el interior.
En primer lugar, los ingleses atacaron a uno de los buques de los extremos como blanco de un cañoneo desde la lejanía, el San Juan de Portugal, que era el buque insignia del almirante Juan Martínez de Recalde, que recibirá más de 300 cañonazos.
En una de estas refriegas ocurrieron dos accidentes no tan importantes para la armada española, como el botín conseguido por los ingleses. Se perdieron dos galeones españoles, el San Salvador, que era el navío insignia de Pedro de Valdés que estaba al mando de la flota andaluza compuesta por once navíos, y el Nuestra Señora del Rosario.
En el primero parece ser que explotó la santabárbara del buque, el pánico y desconcierto del personal a bordo hicieron que este se entregara y quedara a merced de Drake.
El otro galeón, el Nuestra Señora del Rosario, en una maniobra de abordaje sobre un navío inglés, chocó con otro barco español, quedando inutilizado su palo mayor y, por lo tanto, sin posibilidad de hacer frente a ningún ataque.

Corrió la misma suerte que el San Salvador, que quedó a merced de los ingleses junto con su tripulación y acabaron en los puertos de Weymouth y Dartmout, respectivamente.
La pérdida de dos navíos importantes como los mencionados, así como las pequeñas refriegas, no fueron tan graves para los españoles como el botín conseguido por los ingleses, ya que, al menos uno de ellos, iba repleto de víveres, munición y demás material para el aprovisionamiento de la armada española.
Parece evidente que dos galeones de los 137 navíos españoles no eran, en aquel momento, una gran pérdida cuantitativa. Sin embargo, cuando los problemas empezaron a superar a la «armada española, cualquier navío por poco importante que pareciera, se convirtió en vital para su objetivo.
La isla de Wight
El duque de Medina Sidonia cuenta con un constante avance de su flota y escribe casi diariamente al duque de Parma, mandando mensajeros a los Países Bajos, para tener noticias de las tropas de Flandes, pero este no le ha respondido ni una vez.
Medina Sidonia convoca un Consejo de Guerra que recomienda fondear la Armada en el puerto de la isla de Wight, hasta que se reciba una respuesta del duque de Parma que indique que los Tercios de Flandes están listos para zarpar y dirigirse al encuentro de la Armada.
El cuatro de agosto, el duque de Medina Sidonia ordena poner rumbo al puerto, pero el escuadrón costero inglés comandado por Martín Frobisher les presenta combate y los conducen a unos bajíos peligrosos cerca de la costa.
En ese momento Drake, Charles Howard y John Hazkins llevan a sus barcos hasta situarse en medio de la armada, donde se libra una batalla de varias horas y la Armada abandona la isla de Wight, dirigiéndose al paso de Calais, a la altura de las Gravelinas, confiando en que el duque de Parma esté listo para el encuentro.

El paso de Calais
Al día siguiente, el duque de Medina Sidonia recibió al fin una carta del duque de Parma donde le avisaba de que aún no habían embarcado a los soldados. Esto se debió a que el duque de Parma no había recibido el primer mensaje, en el que se informaba de que la Armada había partido de Lisboa, pero aun así dispone sus tropas para embarcarlas.
Medina Sidonia ancló su armada en el entorno del puerto de Calais y allí aguardó la llegada de las tropas del duque de Parma a bordo de sus gabarras. Dado que la flota inglesa se mantenía a barlovento, el duque de Medina Sidonia interpone zabras y pinazas que actuarían contra la llegada de posibles brulotes [1] o algún otro ataque nocturno en naves menores.
Tal y como estaba previsto Hawkins atacó durante la noche lanzando ocho brulotes, dos de los cuales fueron contenidos por la defensa. Otros cuatro obligaron a algunos barcos a desanclar para dejarles pasar, con la intención de volver a fondear en el mismo lugar una vez pasado el peligro.

Las corrientes y el viento, sin embargo, alejaron del puerto a un grupo de 40 barcos que se ven incapaces de regresar. A la mañana siguiente, Medina Sidonia, con objeto de proteger a esos navíos y mantener la defensa compacta se reagrupa junto a ellos.
El mar del Norte
En alta mar se produce un nuevo enfrentamiento. Los ingleses en ese momento están en superioridad: se mantienen a barlovento y además pueden recibir vituallas y munición desde sus puertos. La armada española, aunque estaba preparada para una campaña más larga fuera de sus bases, tiene que racionar la munición.
Ante los mudos cañones de algunos barcos españoles, los ingleses pueden atacar desde tan cerca que incluso se intercambian insultos. La mayor fortaleza de los galeones españoles aguanta la lluvia de fuego hasta que los atacantes agotan su capacidad y se ven obligados a regresar.
El galeón San Martín, buque insignia de Medina Sidonia, llega a encajar hasta 107 impactos directos. Retirada la flota inglesa, ante la delicada situación de los españoles y antes de que se produjeran mayores pérdidas, algunos capitanes rechazan la orden de reagrupamiento obligando al Duque de Medina Sidonia a imponer la disciplina con mano de hierro mandando ahorcar a uno de los capitanes.

Sin embargo, la argumentación del segundo comandante, Juan Martínez de Recalde, que también se negó a reagruparse, obliga al duque a reconocer su fracaso, antes de que llegue a consumarse la derrota con la pérdida total de la flota.
El regreso rodeando las islas británicas
A estos hechos siguieron las grandes dificultades de la flota española para recalar en los puertos flamencos y un empeoramiento repentino de las condiciones meteorológicas en la zona, lo que llevó a la flota inglesa a recalar en sus puertos esperando que mejorara el tiempo.

La flota española en el mar del Norte, por causa de los vientos, tuvo que rodear las islas británicas por Escocia y descender luego bordeando Irlanda para dirigirse a los puertos españoles, con los subsiguientes desastres y hundimientos en las abruptas y tormentosas costas británicas, que causaron un gran número de bajas entre los españoles.
Si seguimos el trabajo del historiador español, José Luis Casado Soto del año 1988, demostró, con un seguimiento de cada navío según la contabilidad de la armada española y la istración de armadas posteriores, que las pérdidas no superaron los treinta y cinco buques, siendo estos casi todos navíos de transporte y de navegación mediterránea, ya que en el viaje de vuelta no naufragó un solo galeón.
Se cuenta que a la vuelta de la Armada a España, Felipe II dijo: “Yo envié a mis naves a pelear contra los hombres, no contra los elementos”. Y el propio rey la escribió también la frase: “En lo que Dios hace no hay que perder ni ganar reputación, sino no hablar de ello”.
¿Cuál fue el resultado para las dos flotas?

Retrato de Otto van Veen del año1585
Se encontraron ocho barcos hundidos frete a la costa de Irlanda, entre ellos el Santa María de la Rosa y la sorpresa vino cuando se comprobó que carecía de artillería, pero poseía gran cantidad de proyectiles.
Se dice que una de las causas de la derrota de la flota española se debió al agotamiento de la munición y se pudo comprobar en otros barcos hundidos como los cañones estaban intactos pero no había munición.
El problema de la flota española era la variedad de cañones de que se disponía y además cada uno de ellos tenía calibres distintos, por lo que los españoles tuvieron problemas para distribuir la munición adecuada en los barcos correspondientes.
Además, se descubrió que muchos de los cañones iban montados sobre enormes cureñas[2] de dos ruedas, lo que era poco manejable.
Es falso que la flota inglesa era muy inferior en número de barcos y de cañones a la española y que, a pesar de ello, los ingleses consiguieron con su pericia y astucia derrotar a la flota española.

Rafael Tegeo del año 1828
Los barcos ingleses superaban en número a los españoles, a pesar de que la flota española superaba en tonelaje a la inglesa, y la flota española se suponía que era más poderosa.
La flota movilizada por la Royal Navy constaba de 226 barcos, aunque 163 de esos barcos eran mercantes. Entonces la flota inglesa solamente consistía en 63 barcos armados.
De los 137 barcos que componían la flota española 20 eran barcos de guerra y 117 eran Transportes. En cuanto al número de cañones, la flota española contaba con 2.431 cañones, mientras que la flota inglesa tenía aproximadamente 2.000 cañones. Los barcos españoles eran más homogéneos y estaban más artillados que los ingleses.
Los ingleses sufrieron menos bajas que los españoles en la batalla de las Gravelinas, y los españoles sufrieron cerca de 10.000 bajas debido a un feroz temporal que los sorprendió bordeando la costa occidental irlandesa.

realizado en 1612 por sco Giannetti
Los marinos ingleses fueron diezmados por causas ajenas al combate, ya que unos 9.000 marineros ingleses fueron víctimas de sendas epidemias de tifus y disentería que estallaron a bordo de los barcos ingleses inmediatamente después del enfrentamiento con la flota española.
El ambiente en Inglaterra tras la batalla distó mucho de ser la algarabía de fervor patriótico y festejos por el fracaso de la invasión española que la mitología popular pretende.
Posteriormente a la batalla siguieron todo tipo de disturbios y enfrentamientos políticos provocados por las penalidades pasadas por los combatientes ingleses, que murieron por millares en un total abandono, y que tardaron meses en cobrar sus sueldos debido a que la guerra llevó al borde de la bancarrota tanto a España como a Inglaterra.

navíos de la "Armada Invencible"
El historiador británico Fuller se refiere a estos acontecimientos en su libro “Batallas decisivas del mundo occidental”, diciendo:
“Felipe II no permaneció inconsciente a las calamidades de los bravos soldados y marinos que tanto habían arriesgado y soportado en el transcurso de aquella desastrosa cruzada. Hizo cuanto estuvo en su mano para aliviar sus sufrimientos y en vez de recriminar la derrota de Medina Sidonia, le ordenó que regresara a Cádiz y reanudara allí su gobierno. Muy diferente fue la conducta de la reina Isabel, cuya preocupación constante era la de reducir gastos. Al contrario de Felipe, no había nada de caballeroso ni de generoso en su carácter, y aunque el profesor Laughton exagera mucho al intentar disimular su tacañería, no existe duda alguna de que, de haber sido mujer de corazón como lo era de cerebro, hubiera resultado imposible que dejara morir de hambre y de enfermedad a tan alto número de valerosos marinos luego de conseguir aquella victoria para ella”.
.... Tres días después de haber regresado de la persecución, escribe Burghley: “Las enfermedades y la muerte están causando estragos entre nosotros; resulta doloroso ver cómo aquí en Margate no hay lugar para estos hombres y muchos de ellos fallecen en las calles». Una vez más, el 30 de agosto insistió: «Es lastimoso presenciar cómo los hombres padecen después de haber prestado tal servicio..... Valdría más que Su Majestad la reina hiciera algo en su favor, aun a riesgo de gastar unas monedas, y no los dejara llegar a semejante extremo, porque en adelante quizá tengamos que volver a necesitar de sus servicios; y si no se cuida más de esos hombres, y se les deja morir de hambre y de miseria, será muy difícil volver a conseguir su ayuda”.
Bibliografía
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Gómez Centurión, Carlos. “La Armada Invencible”. 1987. Anaya. Madrid.
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Howarth, David. “La Armada Invencible”. 19 92. Argos-Vergara. Barcelona.
Konstam, A. “La Armada Invencible”. 2011. RBA. Barcelona.
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Tucker, Spencer “Battles that hanged history: An Encyclopedia of world conflict”. 2011. ABC-CLIO.
[1] Un brulote es una embarcación cargada de materiales explosivos, combustibles e inflamables como pólvora o fuego griego, y dotado de arpeos en los penoles de sus vergas y del bauprés. Se destinaban a incendiar los buques de guerraenemigos fondeados o a destruir las obras de los puertos y los puentes tendidos sobre los ríos.
[2] La cureña es un tipo de afuste móvil, un carro de madera o metal para piezas de artillería, montado sobre ruedas. Los muñones del cañón se apoyaban en gualderas de madera montadas sobre este carro. Las cureñas navales, de fortificación y algunas de las de mortero para sitios reposaban sobre cuatro ruedas macizas, y la elevación del cañón sobre su cureña se ajustaba mediante cuñas de madera que levantaban la culata cuando se las añadía (apuntando de este modo más abajo) o que la bajaban cuando se las retiraba (apuntando de este modo más arriba).